23 abril 2024

PAULINE KAEL ANTOLEJÍA: “EXTRAÑOS EN EL PARAÍSO” (1984) Jim Jarmusch

 

(Obviamente no comparto su opinión, es la película que cambió mi forma de ver el cine, pero es tan transparente en sus odios, en sus limitaciones formales, que sirve para aclararte a ti mismo porqué algo te gusta, justamente lo que ella no logra comprender, disfrutar)




     Extraños en el paraíso de Jim Jarmusch, que fue galardonada en Cannes este año y recibió una entusiasta acogida por la prensa en el reciente Festival de Cine de Nueva York, es una película que gusta fácilmente. Jarmusch, joven guionista y director estadounidense, utiliza una estética minimalista para lograr efectos cómicos discretos. La película es en blanco y negro, y cada escena es una sola toma seguida de un apagón. Así, cada momento de acción (o de estancamiento, como ocurre en la mayoría de los casos) está separado, discriminado, y los tres anómicos personajes principales -morosamente inexpresivos- están en el mismo plano. Son como drogadictos, pero sin drogas; están drogados con su propia apatía. También son -y esto es lo que convierte a la película en una novedad popular del orden de la película de 1959 Pull My Daisy- bastante entrañables.

    La primera parte transcurre en el desnudo apartamento del Lower East Side de Willie (John Lurie), que se ve obligado a acoger a Eva (Eszter Balint), su prima de dieciséis años de Budapest, durante diez días. La broma aquí es la broma básica de toda la película. Está en lo que Willie no hace: no le ofrece comida ni bebida, ni le hace preguntas sobre la vida en Hungría o su viaje; no se ofrece a enseñarle la ciudad, ni siquiera a proporcionarle sábanas para su cama. Y es que Eva no espera ninguna cortesía. Willie es alto, flaco y cabizbajo, de labios anchos y nariz larga y aplastada, e incluso cuando está sentado en casa en tirantes viendo la tele lleva un pequeño sombrero de fieltro de ala estrecha sobre su triste cara de caballo. Willie tiene una mirada melancólica, canalla, se diría que no hay otra persona en el mundo como él. Entonces llega Eddie (Richard Edson), que pasa el rato con él, y que es como el gemelo narigudo de Willie, hasta con el mismo estúpido sombrerito, excepto que no es tan alto. Eddie es más sociable que Willie pero está aún más abajo en la escala lumpen. Willie apuesta a los caballos; Eddie apuesta en las carreras de perros. Estos dos salen a las frías calles a holgazanear, y en la película, en la que prácticamente no pasa nada, nos fijamos en la mirada pesarosa de Eddie. Cree que deberían llevarse a Eva, que es bastante guapa y, con su desganada forma de hablar (en las raras ocasiones en las que habla), parece encajar con el personaje. Pero Willie veta la idea. No muestra ninguna cordialidad hacia ella hasta poco antes de que se acaben sus diez días, cuando ella trae a casa algunos comestibles y cigarrillos; entonces le da la mano y le dice que está bien, se refiere a que es pobre y marginal, como él.

     La película es una picaresca punk. Eva, que nunca llega a ver más de Nueva York que la monótona y anónima zona donde vive Willie, se va a Cleveland para quedarse con la tía Lotte y trabajar en un puesto de perritos calientes. Y cuando, un año más tarde, Willie y Eddie cogen sus ganancias de póquer, piden prestado un coche y van a Cleveland a verla, todo lo que ven es un páramo helado, barrios bajos y desolación, y Eddie dice: "¿Sabes?, es curioso. Llegas a un lugar nuevo y todo parece igual". Cuando los hombres deciden ir a Florida, se llevan a Eva con ellos, se detienen en un motel de mala muerte en un tramo sombrío de la costa, y, sí, una vez más todo parece igual. Pero sólo en esta película, aunque juro que oí a alguien citar la frase de Eddie con aprecio, como si no fuera parte de un gag, como si hubiera algo profundo. Extraños en el paraíso es una película en la que nunca pasa nada; tiene algo de la misma languidez bombardeada de Trash de Paul Morrissey en 1970, pero sin sexo ni travestismo. Jarmusch presta más atención al encuadre, y en mantener la película formalmente fría.

     Las imágenes, como las vidas de los personajes, están tan vacías que Jarmusch hace que te fijes en cada pequeño y sucio detalle. Y esos apagones tienen algo del efecto de las pausas de Beckett: nos hacen mirar, escuchar, con más atención, porque sabemos que estamos bajo el control de un artista. Pero el mundo de delincuentes de Jarmusch en un sopor invernal es una historieta de Beckett. No hay terror bajo o alrededor de lo que vemos: la desolación es un gag. Y el afecto inexpresado de los tres personajes entre sí confiere a la película un carácter de pulp. Estos tres son una especie de cruce entre lo que el punk solía significar y lo que el punk ha llegado a significar. (Su falta de afecto parece tan pre-civilizado como post-civilizado). Eva, dura y desamparada, escucha el endiablado ritmo de la canción de Screamin' Jay Hawkins "I Put a Spell on You", y sólo quiere un poco de sol y compañía, y a los hombres les gustaría dársela, pero no saben cómo. La película atrae por su utilización de un estilo absurdo para mostrarte a gente que camina por sus vidas sin esperar casi nada. Además te atrapa por sus esfuerzos para acercarse los unos a los otros. Frescura punk más destellos de calidez y un final deprimente demasiado tierno, que no es un crimen estético, pero tampoco es para tanto.

     Extraños en el paraíso tiene un encanto extraño y despreocupado; es divertida. Pero levemente divertida -minimalismo de perro vagabundo- y no tiene suficientes ideas (o risas) para sus noventa minutos de duración. Tiene su propia mirada -lo que es un verdadero logro- pero no es tan entretenida como la desordenada Repo Man. Jarmusch (que recaudó 120.000 dólares para hacer la película) y su director de fotografía, Tom DiCillo, claramente saben lo que están haciendo, y la idea de hacer escenas de una sola toma para transmitir la anomia cómica es muy astuta, pero el formato resulta cansino. Cuando los dos payasos se dirigen a Cleveland y los vemos durante su lúgubre y húmedo trayecto, no hay variedad, no hay alivio de la tristeza. Es un viaje largo y aburrido. Por momentos todo lo que se puede admirar de Jarmusch es su implacabilidad en mantener la mirada abatida y vacía. En sus mejores momentos, tiene un tempo irracional, instintivo, que puede pillarte desprevenido y hacerte reír a carcajadas, como me pasó a mí con la escena en la que Willie y Eddie juegan a las cartas con la decrépita vieja tía Lotte (Cecillia Stark), cuando anuncia en voz alta: "Soy venerable". Pero para pensar que Extraños en el paraíso es una película sorprendente tendrías que sintonizar su minimalismo tan pasivamente como tus expectativas. La película está tan encorsetada que da la sensación de ser una comedia de Europa del Este; es como una comedia de privación sensorial.




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