24 abril 2024

PRÓXIMAMENTE: DIOS ES ESPAÑOL (Cultura española para hispanófobos)

 




EXORDIO


Sangre y sol


     No todo el mundo ha tenido la tremenda suerte, desgracia, de haber nacido en España, es una evidencia estadística. Una condición necesaria para ser considerado español por los extranjeros y el registro civil, pero en ningún caso suficiente. Español se hace, no hace falta ni pacer, es un sentimiento objetivo que se carga con responsabilidad y culpa. Ser español como Dios manda puede llevar toda una vida, o más si es pequeña. Este manual de perfeccionamiento castizo pretende ejercer de atajo para guiris despistados, y sobre todo para españoles renegados o afrancesados. Después de leerlo os garantizo que tendréis más pelo en los pechos, que vuestra vida empezará a cobrar sentido. Como bien dijo el cantaor Curro Malena, si no fuera español sería de una nación cualquiera, lo que no deja de ser un atraso, un bache en el escalón involutivo. La cultura española, en sus excepciones, es la manifestación más sublime, ridícula, de lo trascendente en el barro, un tocar pelo sistemáticamente, casi siempre por error u omisión, que no tiene parangón en ninguna otra cultura o civilización. Conocer la cultura española es ser español por poderes, un privilegio que solo necesita para ser convalidado morir en suelo patrio, a ser posible por cirrosis.



     España es el país más sectario del mundo. Un sectarismo que invade todos los ámbitos posibles, incluso aquellos en los que debería estar completamente desterrado, la Universidad, la cultura en general. Todo está contaminado por la ideología, por la política, por los prejuicios y la superioridad moral. Si algo es afín a mis ideas, políticas no hablo de lenguaje, es valioso, el resto basura. Una cerrazón digna del comunismo soviético, del fascismo, tanto monta monta tanto. El resultado de este infantil extremismo es que en España no existe una historia aséptica de su arte, de su cultura, de su crítica. La táctica de tierra quemada es su habitual política cultural. Todo lo anterior es una mierda, todo lo que no ha sido perpetrado por personas de izquierdas no es cultura. El arte y el feminismo son terrenos vedados a las personas conservadoras. Una simpleza que no resiste el menor análisis histórico. Las mujeres liberales, con o sin sombrero, un eufemismo para no decir las mujeres de derechas, fueron las que más hicieron por reivindicar los derechos de las mujeres, y no solo en la República, también durante la dictadura. El fomento de la cultura, el mecenazgo, siempre han sido territorios burgueses. Aunque España debe ser el único país del mundo en el que es completamente compatible ser un diletante millonario y sentirse parte del pueblo. Como persona de izquierdas, si es que eso tiene algún significado real en España, que lo dudo mucho (la principal diferencia entre una persona de izquierdas y una de derechas es que su relación con el dinero es menos hipócrita, y con el sexo más hipócrita), mi imaginario cultural ha estado poblado por personas supuestamente progresistas, el maltratador Buñuel, el señorito amante de los pobres Lorca, el pederasta (en la época no) Machado, y por personas supuestamente conservadoras como Delibes, Ridruejo o Cañabate. Una dualidad cultural, una summa de paradojas, que destruye cualquier tipo de apriorismo. Como diría Pérez de Ayala, soy bilateral, es decir, contrahecho, vamos con dos lados, con contrapunto, vamos nihilista. Sin más preámbulos, ataros los machos, y al lío.



Adelanto:



BELARMINO Y APOLONIO (1921) Ramón Pérez de Ayala



    La Segunda República es como el sexo, cuanto más lo practicas menos te gusta. ¿Quién provocó la Guerra Civil, Franco o el Frente Popular? ¿Qué fue antes, el huevazos o las gallinas? La Segunda República solo se puede defender desde el romanticismo, desde la idealización pre-adolescente, el realismo, los datos objetivos, históricos, la dejan con el culo al aire. A estas alturas solo queda dilucidar quién fue más subnormal, más majadero, el teórico Manuel Azaña o el psicópata Largo Caballero. De lo que no queda ninguna duda es de que ambos eran subnormales, profundos. Lo mismo pasa en la actualidad con el gobierno Frankenstein, y si no termina en fraticidio es porque existe el aliviadero de las redes sociales. Pérez de Ayala, como cualquier español con dos dedos de frente, pasó de apoyar la República a defenestrarla, el mismo recorrido de Unamuno, y de tantos otros, lo contrario hubiera sido ser cómplices de la deriva fascista-marxista del republicanismo de mediados de los años 30. En la misma encrucijada estamos ahora, ser de izquierdas y apoyar esta izquierda montuna, tontuna, hispanófoba, te convierte en filo-etarra, en mongol. Y si al patriota vasco anti-nacionalista Unamuno le ha costado décadas recuperar su indiscutible lugar central en la cultura española, gracias a la revanchista, prejuiciosa, incultura de la Transición, en el caso del asturiano-vallisoletano Pérez de Ayala esta labor reivindicativa, divulgativa, justiciera, ni tan siquiera ha empezado todavía (y eso que en los años 20 estaba considerado a la altura de Valle-Inclán y Baroja, en una encuesta masiva del “Heraldo de Madrid” de 1925 sobre las seis mejores novelas españolas de su tiempo “Belarmino y Apolonio” quedó en segundo lugar con 95 votos, la primera “Memorias del Marqués de Bradomín”). Que los minga fría de Azorín (gran admirador de la novela, a la que calificaba de prodigiosa y maravillosa) o Bergamín, que riman con pizarrín, sean más conocidos, estudiados, publicados, es algo digno de un estudio, psiquiátrico. Además de su lúcida rotonda ideológica, lo que no se le perdona a Pérez de Ayala es su deslumbrante, apabullante, cultura, sobre todo filológica, mitológica, clásica, y su sarcasmo, su genial humor, sus paradojas, contrapuntos, lo que de nuevo hace recordar al cachondo cabestro de Unamuno. Solo su paisano el escultor Sebastián Miranda (recogido en el libro del castizo pata negra Antonio Díaz-Cañabate “Historia de una tertulia”, 1940-1953) pondera su incontestable grandeza: “Yo he conocido y tratado a todos [Ortega y Gasset, Unamuno, Azorín…]; les he visto muchas veces juntos y aseguro que Ayala jugaba con ellos como gato con ratón; es el más fino conversador que yo conocí.” El lugar común es compararlo con Clarín, que sí pero no, Pérez de Ayala como buen liberal (conciliación, respeto, de contrarios, magistral su artículo “Migófilos y Cortezófilos” (La Esfera, 25-12-1920), una oda al equilibrio, a la sensatez) tiene mucha más doblez, complejidad, picardía, su crítica del mundo académico, de las obsesiones castizas de la Generación del 98, de la Iglesia, del romanticismo, de la aristocracia, de la burguesía, de la incipiente clase media aspirante a nuevos ricos, en definitiva de las dos Españas, de la que no nos guarda Dios ni la Virgen, es mucho más salvaje, cruel, tira más de esperpento (aunque con Valle todavía tengo pendiente la risa), de histrionismo, que de realismo, más del Siglo de Oro que de la novela social decimonónica. Digamos que es un Galdós diletante y erudito, un Unamuno sin correa que no se toma tan en serio a sí mismo. Pilares es Vetusta vista por los ojos de un humorista, de un intelectual. Otra sublime excepción de la literatura española como “Pelayo González” (1909) del salmantino Hernández Catá (que consideraba que no era un gran escritor, solo hábil, culto e inteligente, un cainita “matar al hijo” de libro, eso y que su nombre sonaba como futuro Premio Nobel, casi lo daban por hecho en 1933, incluso por encima de Unamuno), con la que tiene muchísimas cosas en común, cierto espíritu Anatole France (“¡Anatole France! He aquí la sencillez por excelencia, la claridad meridiana. Pero, los escritores franceses de hoy en día, casi en su totalidad, desdeñan a France por superficial y vano. No estoy conforme. Para mí, es un escritor admirable y profundo; profundo hacia el pasado. Su claridad, su diafanidad, provienen de que Anatole France operó siempre sobre ideas, preocupaciones y líneas emotivas milenarias, extensas al predominio público (digo pre-dominio en cuanto eran previamente de dominio público)”), y “Don Sandalio, jugador de ajedrez” (1930) de Unamuno, con la que comparte idéntico germen, “Bouvard y Pécuchet” (1881) de Flaubert.


Todo es uno y lo mismo.” Ramón Pérez de Ayala




JUAN DE MAIRENA (1936) Antonio Machado



     1936 es el año maldito de la literatura española, el año de su amputación. Hasta ese año el árbol crecía, lentamente, pero crecía. A partir del 36, del hachazo que cortó el árbol, gran parte de los esquejes no llegaron a cuajar, les faltaba la raíz, savia, común. Libros revolucionarios, seminales, como éste, en circunstancias normales hubiera tenido una continuidad, secuelas, tanto propias como ajenas. En España todo éxito literario, toda novedad, originalidad, se ve acompañada de excrecencias, de copias más o menos resultonas. Pero en este caso no hubo lugar, oportunidad, Machado murió al poco tiempo, y con el comienzo de la Guerra Civil España estaba para pocas literaturas, para pocas revoluciones culturales. Sin la Guerra Civil, sin su prematura muerte, aunque 40 años son muchos años para un español, Antonio Machado hubiera terminado siendo más conocido, valorado, como prosista fronterizo, como filósofo humorista, que como poeta, le faltó lectores, y sobre todo exégetas. Sin exageración ditirámbica no hay triunfo que valga, en el siglo XXI ni eso, hay demasiado ruido, dispersión. Machado como buen anti-elitista, elabora con Juan de Mairena el ejemplo más sublime, logrado, de manual anti-filosófico. Un alarde de escepticismo, de retórica, contra todo y contra todos, que lejos de dejarte un regusto amargo, se lee con una permanente sonrisa, más bien carcajada, como sucede con Cioran (la diferencia es que el rumano escribía aforismos, el sevillano fandangos en corto). Machado estaba hasta los huevos de todo, de todos, pero tuvo la grandeza de los estoicos de disimularlo, sobrellevarlo, a base de humor. El quejarse por quejarse, deporte literario nacional, nunca ha llevado la antorcha más lejos. Juan de Mairena, Don Sandalio, Pelayo González, Pío Cid, Belarmino, son los anti-héroes de una España aborregada que a cada pregunta corresponde con una respuesta, en lugar de con una contra-pregunta. Quien no cuestiona al preguntón, adopta, acepta, su discurso, su carril, siempre hay que desconfiar de uno mismo, y de los demás. Juan de Mairena es un revolucionario de mesa camilla, alguien que prefiere explotar las cabezas a ordenarlas, que prefiere despertar a convencer, lo mismo que Machado, su heterónimo homónimo.



LA COLMENA (1950) Camilo José Cela



     La resignación, la pasividad, el fatalismo, son la Santísima Trinidad del español medio de a pie, mejor dicho sentado. Sin esta atonía general España estaría entre las 10 economías más potentes del mundo, al ladito de Francia e Italia, que a pesar de ser los inventores del “dolce far niente”, del dulce no hacer nada, hace décadas que se pusieron las pilas. El bar, invento español, eterna sala de espera sin viajeros, el café, es la quintaesencia de esto, el lugar preferido de los españoles para perder el tiempo, para echar el rato, el lugar perfecto para emplear los tiempos muertos, para hacer tiempo. El lugar ideal para rumiar los fracasos, las frustraciones, las quiméricas ambiciones, ensoñaciones. La historia de España es un continuo ambiente de posguerra, de entreguerras, siempre hay una crisis que le sirve de excusa para su inactividad, indefinición. Una ataraxia colectiva, que lejos de servir de reflexión, introspección, comunicación, es pura anestesia, no en vano España es el país del mundo que más utiliza tranquilizantes, relajantes musculares, somníferos y laxantes. Las tertulias literarias en España nunca pasaron de simple excusa para estar lejos de los reproches hogareños, y de los acreedores, el mayor tiempo posible. “La colmena” es en apariencia un caleidoscopio de la enclaustrada, ensimismada, sociedad española de los años 40-50, aunque al final termine siendo una mirada única, tirando a sombría, a pesimista. “La colmena” es España, eso sí, una colmena sin abeja reina, y con muchos zánganos. Una apología del fracaso voluntario, un eterno esperando el porvenir con la secreta esperanza de que nunca llegue, la frustración exige menos esfuerzo.


                                                                                                                                               (continuará...)





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