16 marzo 2024

REGUEIRO REVISITADO (14): “PADRE NUESTRO” (1985)



 

     Madurar con cierta lucidez significa pasar de la misoginia a la misantropía. Del odio a las mujeres al odio a la humanidad en general, algo mucho más igualitario, justo. La misoginia suele ser una fase juvenil bastante superficial, nace del desengaño amoroso, de la homosexualidad no asumida, o de la falta de desengaños amorosos, el resentimiento típico del virgen, del que no se come un colín. La misantropía es algo más profunda, tampoco mucho más, es un cúmulo de decepciones, de frustraciones, de índole más variada, material o espiritual, depende de las ambiciones personales, megalomanías, de cada cual. Poner las esperanzas, las ilusiones, en los demás, es una infantil apuesta de riesgo que se paga caro, con la amargura o el cinismo. Regueiro en “Padre nuestro” pasa del las mujeres son las responsables, las culpables, de todos mis males, a los hombres y las mujeres no hay por donde cogerlos, son muñecos, peleles, del destino. Un evidente paso adelante vital, espiritual, y más si se hace desde el sarcasmo, desde la distancia crepuscular de un Ulises con palillo, retornado, y de vuelta de todo. La película huele a testamento, a cuadra, por todos sus costados, y su grandeza reside en que no es un ajuste de cuentas, en que es una asunción serena, tragicómica, de las debilidades del ser humano. No es una misantropía rabiosa, es un reconocimiento comprensivo del quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. 


Cuadrado jamás hubiera utilizado un filtro en esta imagen


     Un western castellano en el que echas carcajadas, en el que la venganza pasa a un segundo plano, lo importante es descargar la conciencia antes de iniciar el tránsito, hacia el vacío o hacia la plenitud, según las creencias, supersticiones, de cada uno. Ese poso, gravedad, hablo de la forma (con la fotografía de Luis Cuadrado (la de Amorós tampoco es moco de pavo aunque le falte algo de contraste, volumen) que a esas alturas ya se había suicidado, se quedó ciego, sería para echarse a llorar de gusto, un Caravaggio, un Zurbarán, para compensar está Pedro del Rey, el Dios del montaje español, de la elipsis, algo que no se aprende, se lleva en la masa de la sangre, salvo el corte-encadenado del bautizo que no está bien resuelto, aunque entiendo la necesidad narrativa, bautizo-comunión-extremaunción), ya estaba plenamente conseguido en “Carta de amor de un asesino”, la diferencia es que aquí todo es más abierto, gozoso, hay una celebración de la vida, una comunión más directa con la tierra, un hedonismo más campechano, matancero, que lírico, sexual. Los personajes siguen siendo unos solitarios empedernidos, ensimismados, pero hay cierta comunicación, Regueiro no se ceba, hay un pequeño margen de simpatía, de empatía, de piedad, un reconocimiento entre iguales, entre ángeles caídos, entre pecadores, los sátiros llevan hábito de penitente. El cainismo incestuoso de la película es dialéctico, maireniano, el mal es el mamporrero del bien. Regueiro hace suyo el no juzgues y no serás juzgado, el si ves las barbas de tu vecino pelar pon las tuyas a remojar. Regueiro se despide anticipadamente del cine, y lo hace con la mejoría del enfermo antes de morir, con la bendición, redención, de los Sacramentos, del casticismo más sagrado, ancestral, el del porrón y la hogaza, la carne y la sangre de Cristo.




P.D: Mi señora madre también me llama imbécil de forma irónica-cariñosa-agresiva, que no son cosas incompatibles. Huevines no, pero podría. Que Fernández-Santos y Regueiro pongan ese mote a un curilla de pueblo mesetario es una genialidad, que ese mismo cura esté ensayando una sevillana, “Arenal de Sevilla (Torre del Oro)”, en el órgano, mientras se come un bocata de chorizo, lo mismo. Ese pueblo, ese majuelo, es el pueblo, el majuelo, de mi infancia, Olmedillo de Roa, Burgos. Iba todas las semanas porque se había muerto mi prima Mari con 14 años. Por cierto, alerta, se viene anécdota. El mundo es un pañuelo, el padre de Regueiro y su hermano Lolo vivían en el mismo bloque de mi madre en Los Grupos. La abuela de Regueiro quería mucho a mi madre porque no había tenido hijas, y acudió con ella a una echadora de cartas, la Eusebia, que predijo, con acierto, el futuro, la muerte, de algunos Regueiro. De pequeño veraneé en la casa del padre de Regueiro en Santander, se me quedó grabado en la memoria un precioso, y macizo, busto de Beethoven (¿o era Mozart?). Seguro que me llevé algo de recuerdo, como hacía en todas las casas de vacaciones, y en las de los amigos de mis padres y familiares. Robar por deporte, sobre todo libros y juguetes, era un hobby cultural que he perdido con los años.




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