13 septiembre 2023

UNE SI JOLIE PETITE PLAGE (Una playa tan bonita) (1949) Yves Allégret

 




     Uno de los mitos machistas más asentados es que los hombres, heterosexuales, no entendemos de belleza masculina, como si decir que un hombre es guapo, atractivo, fuera incompatible con la hombría, que a saber qué coños es eso. Pues siento desmontar un tópico tan ridículo, los hombres, heterosexuales, somos capaces de discernir si un hombre es bello, o feo, lo mismo que sabemos apreciar cuando alguien viste bien, o viste mal, sea hombre, mujer, o murciano. Es más, decir que un hombre o una mujer es guapo/a no equivale a decir me lo/la quiero follar. Existe algo que se llama el placer estético, visual, un placer que no exige ningún tipo de penetración, de compenetración. Lo sé, revolucionario, resulta que no todo es sexo, que el placer formal es bastante más intenso, extenso, que una mierda de orgasmo, con o sin síndrome de Stendhal. Si me preguntan hace unos años cuál es mi actor favorito hubiera dicho Humphrey Bogart, si me preguntan el más guapo, Paul Newman. Hoy las dos categorías se funden en una sola, mi actor favorito, y a mayores el más guapo, atractivo, es Gérard Philipe, el actor con más carisma, charme, de la historia del cine. Y no, no me gustaría zumbármelo, como mucho me hubiera gustado ser como él, tener sus ojazos y su pelazo. Transmitir esa fragilidad, esa profundidad, complejidad, con apenas una mirada, perdida. Y no solo en el campo de la tragedia (“Los amantes de Montparnasse” (1958) Jacques Becker), en el de la comedia es exactamente lo mismo (“Monsieur Ripois” (1954), René Clément, “Las maniobras del amor” (1955) René Clair), su registro no tenía límites, era igual de creíble, de genial, haciendo de atormentado y de canallita, no era un actor de palo único como Alain Delon, que nunca le llegó a la suela, por mucho que le imitara. El cine francés sin Gérard Philippe sería una cosa mucho más pequeña, vulgar, lo mismo que el italiano sin Alberto Sordi, o el español sin Fernando Rey.




     Siguiendo con el placer estético, porque contemplar a Gérard Philipe actuando siempre lo es, en esta película la belleza de Gérard se ve sublimada por la bellísima fotografía en blanco y negro de Henri Alekan (“En râchachant”). Sublimada y duplicada por la atmósfera sombría, lluviosa, ventosa, enfermiza, ¿digna de “Nubes flotantes” (1955) o “Onna no naka ni iru tanin” (1966) de Naruse, o muy influenciadas por?, que potencia su ya de por sí aura de torturado, de suicida en potencia, de ángel caído, de romántico atormentado, que encaja como un guante en el desesperanzado realismo poético francés crepuscular (¿superior al clásico de Renoir, Carné o Duvivier, o como muy mínimo a la altura de “Demasiado tarde” (1949) y “Thérese Raquin” (1953)?), que la casa de la risa no era, como ninguna posguerra. El existencialismo, también en su variante burguesa, la “nouvelle vague”, crecieron en un terreno muy abonado por la tristeza, por el fracaso (el genial final lo fusiló Truffaut en “Los cuatrocientos golpes”). Con la llegada del cine sonoro el cine no perdió nada, con la llegada del cine en color el cine no perdió nada, con la llegada del sonido directo y las cámaras ligeras el cine no perdió nada, con la llegada del cine digital el cine perdió la fotografía, perdió su alma.







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