15 septiembre 2023

HITOTSU NO UTA (Una canción que recuerdo) (2011) Kyoshi Sugita

 



     Japón es la única de las cinco grandes, España, el burro siempre delante, Italia, Francia, América, que nunca ha tenido un periodo de barbecho, de sequía. Una época en la que no haya aparecido un director fuera de serie. Un director que sostenga por sí solo en todo lo alto el prestigio, la calidad, de una cinematografía. Desde el cine clásico a la actualidad, Japón ha ido encadenando genio tras genio, el testigo del lenguaje, de la forma, nunca ha dejado de estar a buen recaudo. Al imprescindible trío calavera Ozu, Naruse, Shimizu, aparentemente insustituible, le ha seguido otro terceto igual de esencial, Oguri, Ishikawa (Hiroshi), Sugita, aunque su reinado sea mucho más modesto, marginal, discreto. A Ozu no hay cinéfilo que no le conozca, aunque solo sea de oídas, a Sugita no hay cinéfilo que lo conozca, ni tan siquiera de vista. Dar espesor a la rutina, formalizar lo cotidiano, es el hilo invisible que une a los dos. Sublimar los puntos muertos, los intersticios, vacíos, de la vida, las esperas, y en el caso de Sugita, sin necesidad de codas. Convirtiendo las transiciones, los trayectos, las passeggiatas que Antonioni elevó a otra dimensión, en el núcleo narrativo, justo lo que las demás cinematografías, salvo la iraní, desprecian, descartan. Hacer una película de una no película, a lo Tsai Ming-Liang, a lo Hsiao-Hsien, pero sin formalismo, sin desvelar la costuras. Haciendo pasar la forma por algo natural, amateur, casi al límite de la cámara oculta. Pasamos de la cámara invisible, de la subjetiva cámara de autor, a la objetiva cámara de seguridad. La evolución, involución, natural, pasar de el director es Dios, a el director no es más que un intermediario, un catalizador. La negación del contracampo es la negación de la identificación, la reivindicación de la distancia, del placer de mirar sin tensión, narrativa. ¿La película es una apología del ensimismamiento, del voyeurismo, como “Okaeri” (1995), evidente punto de partida, de su maestro Makoto Shinozaki? Sí y no, es un fiel reflejo de la época que nos ha tocado vivir, en la que las palabras intimidad, comunicación, han dejado de tener sentido, valor, pero no es pesimista, fatalista. La comunicación, atracción, existe, pero no a la manera expansiva, impulsiva, de los latinos. Como buenos orientales, la interacción, los sentimientos, afloran poco a poco, casi en segundo plano, con la delicadeza, sensibilidad, ternura, silencio, de Ishikawa. Y cerrando el círculo de la triada, con la progresiva revelación del espacio, con el humanista amor a la naturaleza, y la redentora comunión final, habituales en Oguri. 18os después, “Caro diario” se ha convertido en un tomavistas, en una colección de instantes, vistos con la distancia, el tiempo, del francotirador, del tímido. Y con un plus de respeto, cariño, a los muertos, a los viejos, que ya no existe en la hipersexualizada, narcisista, Occidente.



Realmente no me importa la posición de la cámara, porque para mí lo importante es el contenido de la escena, no el encuadre.” Kyoshi Sugita



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