08 octubre 2022

LA VIE RÊVÉE (La vida soñada) (1971) Mireille Dansereau

 


     Una forma como otra cualquiera de ningunear a una mujer directora, es esposarla exclusivamente a referencias masculinas, convertirla, en el mejor de los casos, en una alumna, discípula, o en el peor, en una vulgar plagiaria, copista, de directores hombres. Dicho de otro modo, las mujeres también pueden dirigir, pero siempre y cuando perpetúen un modelo, código, lenguaje, establecido en exclusiva por los hombres. Un lugar común, una falacia, que ha cuajado en el imaginario cinéfilo y crítico, a pesar de la evidencia historiográfica de que las mujeres comenzaron a dirigir, y sobre todo a montar, desde los albores del cine. A Dansereau, bailarina en el agua, para no variar, le ha pasado esto. Su genial debut en el largo, y su obra maestra, fue emparentado directamente con Godard y Cassavetes, dos influencias que encasquetan a toda aquella directora que pretende hacer un cine libre y directo, aunque el estilo, el ritmo, el contenido, no tenga absolutamente nada que ver. De hecho mientras la ves te vienen a la mente dos nombres muy distintos, y casualmente, o no tanto, mujeres: Vera Chytilova (“Margaritas”, 1966) y Agnès Varda (“La una canta, la otra no”, 1977), dos directoras especialistas en tratar el universo femenino con total libertad, despendole, formal. Se podría añadir un tercer nombre, que constituye una excepción en la misógina nouvelle vague, Rivette (“Celine y Julie van en barco”, 1974). Pues bien, a este brillante tridente de dúos femeninos, de empáticas, solidarias, activas, amistades femeninas sin veleidades lésbicas, que tanto le gustan a los críticos, voyeuristas vocacionales, hay que añadir la liberadora “La vida soñada”, probablemente la menos pretenciosa, la más entrañable, espontánea, vitalista, fluida (se nota que la directora fue bailarina) de las cuatro. Aquí no hay solo parodia pop, ni panfleto feminista, ni una estructura alambicada, hay una crítica del castrador, alienante, papel destinado a la mujer pequeño-burguesa, madre-esposa-cuidadora, en contraposición a la mujer moderna, trabajadora, independiente, que tiene acceso a la creación, a la sociedad, más una reflexión sobre la influencia de la publicidad, del romanticismo hollywoodiense, en la vida de las mujeres, en la creación de falsas expectativas, la principal el hombre ideal, el príncipe azul, insertas dentro de la propia estructura narrativa, no es un discurso al margen. Esa perfecta mezcla de naturalismo intuitivo amateur, a lo cine directo, a lo nouvelle vague, y de collage experimental metacinematográfico, a lo nueva ola checa, es lo que la convierte en algo especial, único. Hasta los desnudos están desposeídos de toda carga erótica, objetual, no hay la mirada sucia de un hombre detrás, solo libertad sin censura, intimismo, sentimientos y belleza, insuperable la inocencia de Liliane Lemaître-Auger. Una búsqueda de una nueva forma de narrar que combine a la vez la realidad con un toque de ironía y la imaginación, los sueños, el subconsciente. Un intento de sintetizar el pragmatismo de una vida profesional que te dé de comer, y otra más plena, en la que poder desarrollar todas tus potencialidades, talentos. Una síntesis que en la vida real es una continua fuente de frustración, de amargura. Los sueños, sueños son.




 “Ellos [los hombres de la Asociación Cooperativa de Producciones Audiovisuales] decían: '¿Por qué no eliges otro tema, más comprometido, más político?' mientras que yo considero que el mero hecho de hacer una película es un acto político. Un tipo quería que cambiara el final. Otros criticaban: "No son sueños reales de una mujer (¡qué sabrán ellos!) Y luego, no está lo suficientemente estructurada, no es suficientemente lógica". Sin embargo, hoy sigo pensando que la película tiene la lógica de la vida interior, de la imaginación. He tratado ante todo de mostrar hasta que punto las mujeres están influenciadas por las imágenes, cómo la psique femenina está incrustada por esta imaginería: las imágenes que son evidentes, las que vemos en todas las revistas, la imagen de la mujer que se ve a sí misma o que es vista por el hombre, la imagen que quiere dar a los demás -y está también, más profundamente, el imaginario que vuelve a las fantasías: el deseo de volver a la infancia, el deseo del padre, el problema de imponer la dominación del mundo patriarcal, el padre, el patrón y el hombre soñado. No me siento feminista. Creo que debo serlo porque La vida soñada fue tomada de esa manera por las feministas estadounidenses. Es la historia de dos chicas jóvenes de dieciocho, veinte. Fue hecha en 1971. Ni siquiera sabía lo que era el movimiento feminista en el 71. En mis películas, hay una mirada femenina, no diría feminista. Mi película pretende representar la condición alienante de un pequeño burgués, de ninguna manera pretende ser una película comprometida, una película sobre la liberación de la mujer. Quería hablar sobre la amistad femenina. Algo que no conocía. Vengo de una generación en la que las mujeres eran muy competitivas entre sí. También quería hablar del patriarcado y criticar las bellas imágenes de felicidad que presentan las revistas. Mi película está llena de imágenes de la familia nuclear, del hombre soñado, de vacaciones, de bebés. Pero al final, las dos chicas destrozan todas estas imágenes.” Mireille Dansereau




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