23 octubre 2021

UN PETIT MONASTÈRE EN TOSCANE (Un pequeño monasterio en la Toscana) (1988) Otar Iosseliani

 



«Si queremos saber qué valor tienen los bienes de la Tierra, considerémosles ligados a la muerte: los honores, las diversiones, las riquezas, nos serán despojadas un día. Consecuentemente hay que trabajar en santificarnos y en enriquecernos con las únicas ligaduras que nos conducen a la eternidad.» San Alphonse de Liguori


     Resumiendo mucho, o no tanto, vivir consiste básicamente en comer, beber, y cagar, y no necesariamente en ese orden. El resto son pajas mentales, y no mentales. Una visión humanista, hedonista, que Iosseliani lleva destilando en imágenes durante toda su carrera. En las películas de Iosseliani comer tiene algo de ritual sagrado, y que mejor manera de resaltarlo que centrarse en las frugales comidas de un convento, no hay mejor manera de fusionar lo místico con lo material, lo religioso con lo pagano. Comer, cagar, son el pegamento universal, el punto de fusión, de hermanamiento, entre todos los hombres, entre los hombres y los animales, que tan generosamente se inmolan para facilitar esta comunión trascendental. Ora et labora, reza y trabaja, el insustancial resto, el tiempo entre comidas, entre sentadas, es donde se establecen las principales diferencias entre la comunidad religiosa francesa y los aldeanos italianos, los monjes laboran a ritmo procesional, y los campesinos a ritmo de encierro taurino. Iosseliani se deja fascinar por el compás y el silencio de los continuos rituales monásticos, también por los agrícolas, vinícolas, hablamos de la Toscana, y lo hace sin caer en el esteticismo, en la belleza por la belleza, sin enclaustrarlos, como el 90% de vacías películas de convento, dejando que el exterior penetre en el interior, y el interior en el exterior mediante el sonido en fuera de campo. Un hermanamiento que rebaja lo sagrado a una condición más terrenal, y que eleva lo cotidiano a la categoría de milagro. La diferencia de clases no está en el dinero, está en la comida, y en el perfeccionamiento intestinal. Un pobre de campo es equiparable a un rico de ciudad. No es más rico el que más tiene, sino el que más pinos planta. Ver en programa doble junto a “Erba d´Imagna” (1980) de Alberto Cima, su claro referente.





«He tratado en esta película de ligar los dos mundos, hacer sentir la presencia de los unos cuando se filma a los otros: tal era el principio de construcción de la película. Para mí, de manera general, la banda sonora permita ensanchar el campo de visión, es decir, hacer sentir lo que hay alrededor. En segundo lugar, puede dar a la imagen otro sentido. Podemos llamarlo montaje vertical, muestras un sonido ligado a una imagen al principio y después muestras otra imagen, pero acompañada del mismo sonido. Creas asociaciones que empleas como un método de recuerdo de lo que precede. Recuerda al método de la fuga o de ciertos preludios que mantienen siempre un tema extraño al conjunto que vuelve de vez en cuando. Por otra parte, empleo formas musicales como métodos de construcción. Si vuelvo al mismo tema, trato de mantener una situación que se repite, ya sea un objeto que pasa de mano en mano, ya sea un personaje, para estructurar mi película como un rondo. La película no deber ser decantada por reglas dramatúrgicas, es decir, por el desarrollo de situaciones.» Otar Iosseliani





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