21 agosto 2021

DUBINA DVA (Profundidad dos metros) (2016) Ognjen Glavonic

 



     ¿Puede una película paisajista ser terrorífica, y no por lo que ves sino por lo que imaginas? Hay dos formas de abordar cinematográficamente una tragedia pasada, recreándola o evocándola. Lo habitual, lo convencional, es la primera opción, todo el cine bélico, todo el cine histórico. Convertir en espectáculo el sufrimiento, se haga con más o menos rigor histórico, asesoramiento. El ejemplo paradigmático sería “La lista de Schindler” de Steven Spielberg, una película que plantea muchas dudas éticas, ¿se puede tratar un tema serio, un genocidio, desde la espectacularización, desde la infantilización, desde el maniqueísmo? La segunda opción, la más inteligente, la que no toma al espectador como un simple sujeto paciente, como gilipollas, es la menos utilizada. El ejemplo paradigmático sería la serie “Shoah” de Claude Lanzmann, una película que centra toda su potencia en el relato oral de los testigos, supervivientes de los campos de concentración nazis, y en la capacidad del espectador para evocar lo sucedido simplemente volviendo a los lugares de los hechos décadas después y mostrándolos con hipnóticos travellings. Digamos que en este caso sonido e imagen, por separado, se alían para estimular nuestra imaginación, nuestra empatía. Pues bien, esta película, el serbio Ognjen Glavonic, va más allá aún que Lanzmann, es más abstracto, ni tan siquiera pone cara a los testimonios, ni imágenes de archivo a la tragedia, todo transcurre exclusivamente en la mente del espectador, que tiene que montar la película mientras la escucha, la voz en off de los testigos, y la ve, los paisajes, los lugares, dónde transcurrió la tragedia. Un procedimiento arriesgado, y que resulta efectivo desde el primer momento, porque del contrapunto entre la belleza de las imágenes, de los paisajes, y la aséptica truculencia del sonido, de las voces, surge el chispazo, el cortocircuito en la mente. Y lo que en apariencia parece una película observacional, contemplativa, de repente se transforma en una experiencia terrorífica, porque no hay nada más potente, desolador, que la imaginación, que la evocación, que crearse falsos recuerdos, falsas imágenes. En concreto las matanzas de la Guerra de Yugoslavia, de Kosovo, un genocidio que se trató de borrar, eliminando todas las imágenes, todos los testimonios, todas las huellas, de lo sucedido. Ojos que no ven corazón que no siente, lo que no se ve, de lo que no se habla, se recuerda, no existe, no ha existido. ¿Fosas comunes? ¿Dónde? Enseñámelas. Yo solo veo tierra removida, cultivos. Si no hay cuerpo no hay delito, si no hay imágenes no hay memoria. Tábula rasa, pelillos a la mar, y a otra cosa, que el pasado es de nostálgicos, de rencorosos. Bildu no es ETA, y Otegi un hombre de paz. La historia, el relato, contado, recreado, por los verdugos, dentro de 25 años ni tan siquiera hará falta negar los cientos de asesinatos de ETA, realmente no existieron, fueron una leyenda urbana. Por eso películas como ésta son tan importantes, imprescindibles, porque no ponen el acento en las imágenes, siempre susceptibles de manipulación, de espectacularización, ni en los sentimientos, emociones, siempre subjetivas, sino en el relato en bruto, en crudo, en la memoria forense de los hechos, en las evidencias, las pruebas de cargo. A mayores hablamos de un serbio, luego el ejercicio de autocrítica, de toma de conciencia, es aún mayor, ¿alguien se imagina a un asesino etarra, y a todo el entorno político, asociativo y mediático, reconociendo que toda la estrategia armada fue un completo error, y pidiendo perdón por ello a las víctimas de sus atentados? Pues yo tampoco. El silencio, las excusas, las justificaciones, las equidistancias, siempre son complicidad, cobardía.




Sobre mi generación, debo decir que nadie nunca nos contó historias sobre el pasado de nuestra nación, solo se nos transmitía silencio. Y la generación que destruyó el país, cometiendo los crímenes que he estudiado en mis películas, permanece en silencio. No saben cómo hablar de lo que ocurrió. No saben cómo asumir su responsabilidad. Solo saben transmitir odio y adoptar una posición victimista. Eso ha creado nuevas generaciones de personas que siguen justificando estas guerras. Todas las naciones de los Balcanes han vivido un proceso de autovictimización que ha dado pie a la permanencia de los nacionalismos. Existen teorías conspirativas que apuntan que las fosas comunes no existieron. En ese sentido, mi película busca destapar una verdad que sirva para que las nuevas generaciones puedan construir otro tipo de sociedad.” Ognjen Glavonic



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