17 agosto 2021

ALEXANDRE (Alejandro) (1983) Jean-François Amiguet

 


     Los años 70-80 fueron la Edad de Oro del cine suizo, una eclosión inesperada que fue una especie de excrecencia depurada de la nouvelle vague francesa. Digamos que fueron el estímulo cinéfilo, el modelo, pero los suizos lo llevaron a una dimensión más adulta, melancólica, nihilista, menos ensimismada, escapista, cinéfila. La nueva ola suiza no es tan infantil, egocéntrica, autista, como la francesa, mira también hacia fuera, recoge el espíritu, la desorientación, de una época. Es un cine generacional que no se mira constantemente al ombligo, hay un poso común, también en la forma. Sus rupturas son menos aparentes, aparatosas, no hay una intención descarada de matar al padre. En lugar de provocar, de jugar con el lenguaje, lo cuestionan, desdibujando la frontera entre ficción y documental, adelantándose en décadas al posmodernismo. Pero como lo hacen con cierta elegancia, sutileza, nadie les ha tenido en cuenta, lo mismo les ha pasado a los visionarios belgas. Amiguet arrastra el estigma del Rohmerismo, deuda que nunca se ha encargado de ocultar, sobre todo en sus siguientes películas, y nadie se ha parado a analizar si las diferencias son mucho mayores que las semejanzas. De emparentarle con alguien sería más bien con Rivette, por su capacidad de generar misterio, extrañeza, o con Eustache, por su forma de abordar las relaciones amorosas, la masculinidad, de una manera menos convencional, Rohmer es más cuadriculado, teatral, machista, su aparente azar es hipercontrolado. Amiguet, al menos en esta película, no tira solo de enredos amorosos, se deja llevar más bien por la nostalgia, la soledad, de hecho el objeto de deseo apenas aparece como fantasma, no hay un trío, un cuarteto, que dinamice la película, que confronte a los amantes, solo dos personas que tienen miedo a cerrar una historia amorosa en la que en el fondo ya no creen, no siempre el que se va es quien se ha ido. Dos frágiles amantes que entablan una relación ambiguamente amistosa, bajo la excusa del hilo de Ariadna. Aquí no hay solo diálogos ingeniosos, literatura, sensualidad proto-adolescente, calentones pequeño-burgueses, priman las miradas y los silencios, las elipsis, nada que ver con las largas secuencias de Rohmer, con su falsa espontaneidad, se nota la mano de la guionista Anne Gonthier. Es más Antonioniano que Rohmeriano, más existencialista que vitalista, de hecho recuerda a uno de sus mejores alumnos, “Irene, Irene” (1975) de Peter del Monte. Las incertidumbres del corazón tratadas con tranquilidad otoñal, crepuscular.




Es una forma distinta de ver la realidad de dos hombres de treinta años. Por un lado, hasta ahora se había hecho películas sobre cómo veían las mujeres la llegada a esa edad, ahora es el punto de vista de los hombres, y por otro es una forma distinta de tratar la relación entre dos hombres, que también pueden emocionarse, ser frágiles. Lejos de esas imágenes que siempre presentan al hombre como un ser viril, triunfador. Hace quince años, poetas como Jacques Brel cantaban al amor con palabras dramáticas y desesperadas. Adoraba eso. Hoy, otras voces me tocan, las de Alain Souchon o Michel Berger, que cuentan las mismas penas amorosas sin tomárselas demasiado en serio, jugando con la ironía. Creo que es en esos cantantes donde se puede descubrir mejor la expresión de una sensibilidad propia a los años 80. Y es igualmente el tono que hemos querido dar a la película. El hombre está confrontado al discurso femenino o feminista. No tiene su propio discurso. Durante siglos, la situación y el estatus del hombre en relación a la mujer estaban establecidos, fijados claramente. Hoy, eso naufraga un poco.” Jean-François Amiguet





2 comentarios:

  1. ¿Estima usted las películas de Michel Soutter?

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  2. Pues no demasiado, de hecho creo que solo me gusta "La escapada".

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