06 julio 2021

LOS FERNÁNDEZ DE PERALVILLO (Este mundo en que vivimos) (1954) Alejandro Galindo

 


     La americonada crítica francesa, santificó el cine clásico americano, y obvió por completo el realizado en otros países, sobre todo los de habla hispana, la erre del español, la egue, se les hace bola. Injusticia porque ningunear a Rafael Gil en España, y a Alejandro Galindo en Méjico, es pasar por encima de alguna de las obras maestras del cine clásico mundial, en concreto del género melodrama, un género que se ajusta a los mejicanos como un guante. Esa infantil división entre buenos y malos, entre ricos y pobres, generalmente por pareados, pobres-buenos, ricos-malos, siempre ha sido efectiva en taquilla, los ricos no van al cine y son muchos menos. Galindo, que no descuidaba la faceta comercial de sus películas, como buen admirador del cine clásico americano, tenía en cuenta esos estereotipos pero los subvertía a su manera, democratizando la corrupción, la ambición, como el gran Luigi Zampa. Ni los buenos son tan buenos ni los malos son tan malos, aunque siempre siendo más condescendiente, comprensivo, con los débiles, con los muertos de hambre, de nuevo como Luigi Zampa. Lo triste es que el meteórico proceso, involución, del protagonista de la pureza, del idealismo, al capitalismo, a la especulación, es completamente comprensible, y lógico, como se dice en la propia película, hasta los 30 puedes hacer lo que debes, a partir de ahí ya solo te queda hacer lo que puedes. La inocencia, los absolutismos, solo te los puedes permitir con las espaldas bien cubiertas, y llena de pelo. La habitual disección de la mediocre, conservadora, clase media, desciende un par de escalones hasta casi llegar a la clase baja, y la conclusión es idéntica: el que esté libre de pecado que tire la primera piedra, o el que no sucumbe a la tentación es porque nunca ha sido tentado. Las mujeres, como en cualquier melodrama, no salen bien paradas, sin mujeres materialistas, fatales, no hay melodrama que valga, o no del todo, porque Galindo es de los pocos directores mejicanos no misóginos, y a los personajes negativos les contrapone otros positivos, quizás demasiado positivos, blancos, para resultar creíbles, verosímiles. Formalmente es otro alarde de elegancia, de soltura, de estilo invisible, de dominio del espacio, la película está llena de contrapuntos de dirección artística, de decorado, de elipsis, está al mismo nivel de maestría de “Una familia de tantas” (1948). La agilidad de los diálogos, su gracejo, su cinismo, deja en pelotas a Hawks, y a casi todo el mundo, tienen cierto regusto francés, razón de más para que la americonada crítica francesa se postre de hinojos ante ella. Por tener tiene hasta un bufón, o voz de la conciencia, el genial personaje del borracho, del mendigo, perdón, méndigo. “Principio y Fin” (1993) de Ripstein con el freno de mano puesto, con condón.






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