02 julio 2021

DIE REISE NACH LYON (El viaje a Lyon) (1980) Claudia von Alemann

 


      Por lo visto las psicofonías son ecos del pasado congelados en las rocas, en las paredes, una forma de insertar el pasado en el presente a tiempo real. Los historiadores, los biógrafos, tratan de resucitar a personajes de la historia basándose en sus escritos, en sus fotografías, y en lo que han escrito de ellos. Una forma canónica que a la protagonista le parece insuficiente, frustrante. Ella considera que los personajes de algún modo dejan su impronta en los lugares donde han estado, que acudir a ellos es acercarse a su esencia, comprenderlos. Que para plasmar una vida hay que vivir, que las ideas siempre tienen un sustrato vital, una justificación, presente. Que para encontrarse a uno mismo hay que encontrar a los demás, huyendo de las personas cercanas, de la zona de confort. La distancia, la soledad, como forma de conocimiento. El pasado, ajeno, como método privilegiado para iluminar el presente, propio. La protagonista se borra, y viéndose en el espejo de los demás, de Flora Tristan (1803-1844), la activista por los derechos de la mujer, de los humillados y ofendidos, descubre que no es feliz, que hasta ahora no ha sido ella misma. Un aprendizaje de la soledad, de la independencia, que nadie dijo que fuera fácil, seas hombre o mujer. En apariencia una película crepuscular, nostálgica, contemplativa, en realidad una película de aprendizaje, de superación, de baja intensidad, en la que la vida, las personas, sus rutinas, su cotidianidad, se van filtrando poco a poco hasta convertirse en una costumbre, en personas de carne y hueso.




      Lo mismo que la ciudad, Lyon durante los meses de agosto de 1978 y 1979, que paseo tras paseo, vagabundeo tras vagabundeo, a la manera de Antonioni en “La noche” (1961), va cogiendo cuerpo, carácter. Personalidad, verdad, que solo tienen los barrios tradicionales, aquellos que van envejeciendo, deteriorándose, con las personas, a su mismo ritmo, que no disimulan su decrepitud con colorete, con monumentos y edificios singulares. En este caso el popular barrio obrero de la Croix-Rousse, en la actualidad templo del postureo posmodernista, que a ciegas recuerda a Lisboa por sus calles en cuesta, aunque sin su luz, ni sus tranvías. No es lo único que recuerda a Lisboa, con la película “En la ciudad blanca” (1982) haría un díptico perfecto, aunque la película de la alemana Claudia von Alemann sea muy superior, de hecho es una de las 10 (¿5?) mejores películas realizadas nunca por una mujer. Con decir que ninguna película de Akerman (es mucho mejor que “Les rendez-vous de Anna” (1978)), Duras o Rivette es superior, o que es la mejor película, cuento moral, de Rohmer, debería bastar para contextualizar su grandeza, también para resaltar la pobreza, mediocridad, de otros, “En la ciudad de Sylvia” (2007) de Guerín, o su remake encubierto “Marseille” (2004) de Angela Schnanelec. Si no os basta, centraros en la fascinante protagonista, la lionesa Rebecca Pauly, un dechado de elegancia, de delicadeza, de inexpresividad, enamoró a Wenders, que la desperdició en “El estado de las cosas” (1982), y a Raoul Ruiz, que también la desperdició en “El territorio” (1981).







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