12 julio 2021

LA PROVINCIALE (La provinciana) (1953) Mario Soldati

 


     Nadie está contento con lo que tiene, ni el pobre, ni el rico, ni el mediopensionista. La única diferencia es que el pobre está expuesto a muchísimas más humillaciones, diarias. El ser humano es insatisfecho por naturaleza, y es incapaz de valorar lo que tiene, prima lo que no tiene. Que en su imaginación colmará todos sus sueños y aspiraciones. En realidad los objetivos cumplidos son otra fuente más de frustración, de decepción, tampoco eran para tanto, su satisfacción es muy pasajera. La única riqueza en esta vida es saber qué hacer con tu tiempo, no necesitar de nadie para llenarlo, para rellenarlo. No necesitar entretenerse por no estar aburrido. La desgana, el tedio, es la mayor fuente de conflictos, sobre todo sentimentales. El agonías, el quejica, a falta de talento, o imaginación, para hacer su vida soportable, suele tirar de instintos, sexuales, los únicos que no necesitan de ningún tipo de voluntad, de esfuerzo. El infiel es un pobre hombre, mujer, alguien profundamente infeliz que no sabe qué hacer con su vida, con su tiempo. De todo esto va la película, de cómo tomamos decisiones solo por inercia, para fingir que estamos vivos, para convencernos a nosotros mismos de que las cosas se compensan entre sí, que las frustraciones son menos si le buscamos sucedáneos. Aunque intuyamos que un clavo no saca a otro clavo porque nunca son del mismo calibre, suele haber cierta holgura. La película es engañosa, puede dar la impresión que en el fondo es optimista, que ilustra el dicho de que solo valoramos las cosas que tenemos cerca cuando estamos a punto de perderlas, pero es más bien la constatación de que solo ves lo que tienes al lado cuando ya has perdido la fe en que las cosas pueden cambiar, mejorar. Digamos que aceptar la realidad es conformarte con la pedrea, mejor mal acompañado que solo. Nadie se cree que el profesor universitario de carrera académica ascendente, amará, finalmente se sentirá completo, al lado de una perfecta ignorante. Nadie se cree que una materialista provinciana con aspiraciones a mujer de mundo, amará, finalmente se sentirá completa, al lado de un anti-hedonista, de un hombre que solo es feliz entre sus libros. La imagen de los dos de espaldas en el balcón, ella apoyada en su hombro, no es un final feliz, es la asunción de una derrota, el más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer, porque ya no se cree en la existencia de lo bueno. Toda esta tragedia cotidiana, universal, Mario Soldati la narra con eficaz contención, con absoluta brillantez formal, salvo las ridículas transparencias. Gina Lollobrigida demuestra de nuevo que de las grandes mujeronas del cine italiano, léase Loren, Cardinale, Pampanini, era la más dotada para la interpretación, para la sutileza, para la tristeza.





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