12 julio 2021

ZACHAROVANNAYA DESNA (El Desna encantado) (1964) Yuliya Solntseva

 


     Solo los ucranianos, las ucranianas, que no se me ofendan los rusos, son capaces de transformar la guerra en algo bello, plásticamente hablando. Hay más presupuesto de pirotecnia en la primera secuencia de la película que en toda la Fiesta de las Fallas. Hay más recursos de fotografía, más variedad de técnicas fotográficas, que en todo el cine digital de las últimas dos décadas. El cine nació para hacer alardes de chulería formal de esta dimensión, la película respira ambición, épica soviética, en cada fotograma, los amantes de las capturas, de los cromos, no darían abasto. Todo en ella es desmesurado, hasta la belleza, la riqueza cromática. La infancia nunca tuvo una representación tan idílica, jaujesca, pantagruélica, bosquesca, brueghelesca. El cine bélico en manos de los ucranianos se convierte en un duelo a muerte metafísico entre el bien y el mal. Que le debamos en cierto modo nuestra libertad a los fascistas comunistas no deja de tener su morbo, vencieron pero no convencieron, que es lo mismo que perder, que se lo digan a los fascistas españoles. Precisamente ahí radica el punto débil de la película, en el componente de ingenuo adoctrinamiento obligatorio del periodo comunista, sin esa infantil fe en el progreso, en la industrialización, en el ser humano, el contrapunto entre guerra-infancia, campo-ciudad, tradición-modernidad, quedaría más limpio, logrado. La película la dirige Yulia Solntseva, la viuda de Dovzhenko, basándose en sus textos, en sus sueños, vamos que no la dirigió el muerto.





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