09 julio 2021

DÉJÀ S´ENVOLE LA FLEUR MAIGRE (Ya vuela la flor marchita) (1960) Paul Meyer

 


     Da lo mismo el tiempo que lleves trabajando, o simplemente viviendo, en el extranjero, siempre tendrás la sensación de que es algo provisional, temporal. El inmigrante económico, salvo los niños, nunca se adapta, aunque lo finja hablando, chapurreando, el mismo idioma. En tu país puedes ser la persona más segura del mundo, en cuanto pisas tierra, lengua, extraña, te conviertes en un niño observado el primer día de colegio. Si el cambio es de un país de sangre caliente, Italia, a uno de sangre fría, de horchata, Bélgica, las posibilidades de sentirse integrado son las mismas de que un huevo se acabe pareciendo a una castaña. La frialdad, exceso formal (en el buen sentido, no es esteticismo gratuito), de la película transmite muy bien esa extrañeza, ese estar dentro de un decorado que no es el tuyo. Una contención emocional idéntica a la que experimenta el trasterrado, que siempre tiene que estar midiendo sus pasos, sus emociones, sus palabras, para no llamar la atención, para no hacer el ridículo, para no sentirse humillado por los crueles aborígenes. Un autoanálisis consciente, constante, que acaba matando cualquier atisbo de espontaneidad, de personalidad. Fuera del territorio de nuestra infancia, todos somos huérfanos. Paul Meyer perseveró en el tema de la emigración con una serie para la televisión flamenca, “Los trabajadores extranjeros” (1964-66), centrada esta vez en los sufridos curritos españoles. La película está rodada en el barrio de Borinage, el barrio marginal de los extranjeros, del que ya se encargaron Ivens y Storck en 1933, “Miseria en Borinage”, y posteriormente Boris Lehman firmando su réquiem en “Magnum Begynasium Bruxellense” (1978). Si os sirve de aliciente, Antonioni, De Sica, Rossellini, Visconti, se entusiasmaron con ella, como para no. 





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