24 junio 2021

VAM I NE SNILOS... (¿Nunca soñaste?) (1980) Ilya Frez

 


     Si la infancia es el patrimonio exclusivo del cine japonés, y del cine iraní por poderes, la adolescencia es el territorio privilegiado del cine ruso, el único que se los ha tomado en serio, que ha respetado sus sentimientos, también amorosos, sobre todo amorosos. Al menos a partir del deshielo de los años 70-80, antes como el resto de cinematografías el cine infantil-juvenil era utilizado como vehículo pedagógico de adoctrinamiento político. Los fascistas comunistas siempre han sabido que es mucho más fácil manipular, abducir, a un niño que a un adulto, de ahí que todos los nacionalismos, de izquierdas y de derechas, centren todos sus esfuerzos en controlar la educación. La Glasnot dio un giro de 180º a todo esto, introdujo una libertad, tanto formal como en contenidos, que los directores supieron aprovechar a la perfección. El pensamiento único dio paso a la duda, a la crítica, al cuestionamiento del falso buenismo soviético, que afectaba tanto a la esfera pública como privada. Digamos que Rusia volvió a sus gloriosos orígenes, los de la nihilista literatura rusa, que siempre fue mucho más profunda, rotunda, que la europea. El tema del amor, del desamor, del primer amor, del último amor, del matrimonio, en manos de los escritores rusos adquiere unos tintes más trágicos, humanos, realistas. El romanticismo ruso es tan idealista, puro, como el alemán, pero con mucha más chicha, contradicción. El platonismo ruso tiene un componente latino, carnal, que no tiene el alemán, el inglés. Eso sí, con pudor, con delicadeza, el cine ruso sobre adolescentes es profundamente vital, apasionado, pero nunca vulgar, explícito. Ni tan siquiera Truffaut, Doillon o Pialat, han alcanzado las cotas de verdad, de espontaneidad, de inocencia, del cine de la gran Dinara Asanova, o de esta pequeña gran película, de esta tragicomedia blanca, que actualiza el tópico de Romeo y Julieta (es una adaptación del libro “Román y Julia” de Galina Scherbakova, que también se encarga a medias con el director del guión) para llevarlo a una dimensión más cercana, cotidiana, haciendo convivir la ilusión casi infantil del primer amor con el desencanto, frustración, del amor adulto. Un equilibrio entre la luz y la oscuridad del amor, roto por la luminosa presencia de la niña adulta Tatyana Aksyuta (tenía 23 cuando la rodó aunque podría pasar por una niña de 14, él, Nikita Mihailovsky, que murió con 27 de leucemia, 16), que llena la pantalla con su ingenuidad no impostada, con su virginal belleza infantil, fue su primera película como protagonista. Idéntica felicidad, facilidad, fluidez, transmite la dirección de Ilya Frez, especialista en películas infantiles, que se deja de esteticismos vacíos, de tiempos muertos, para rodar con la soltura, agilidad, de un Kalatozov, la nouvelle vague no inventó nada, ni liberó a la cámara de sus ataduras, eso ya lo hicieron los rusos desde el mudo. Si te gustaron “Los pájaros carpinteros no tienen dolor de cabeza” (1975) de Dinara Asanova, “Un pequeño romance” (1979) de Roy Hill y "Una historia de amor sueca" (1970) de Roy Andersson, te va a encantar ésta, escogida por la revista “Soviet Screen” como la mejor película rusa de 1981, la misma revista que escogió como mejor película de 1985 a “Masacre, ven y mira” de Klimov, así que respeto.







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