14 abril 2024

PRÓXIMAMENTE: Edward Buzzell (1895-1985), el mago de la elipsis

 


     Si de pequeño te dicen no hagas una cosa, la haces seguro. Si te dicen no vayas por ese camino santanderino pegado al acantilado con la bici que es peligroso, vas. Si te dicen no entres en esa casa abandonada que hay ratas, entras. Si te dicen no cruces la Laguna Negra que te puedes ahogar, la cruzas. Si te dicen no entres en esa cueva situada en un cerro que se puede derrumbar, entras. Si se te dicen ni se te ocurra meterte en ese túnel abandonado de la Guerra Civil en la Fuente el Sol que puede haber explosivos, entras. Por eso a determinados cinéfilos nos gusta transitar los caminos menos trillados, los de los críticos, los de las historias del cine, los de las listas generalistas, que ya en sí mismas son redundantes. Encontrar películas, directores, que se salen de la norma, o que siguiendo la norma son desconocidos, menospreciados, es uno de los mayores placeres cinéfilos, una mezcla de sano egocentrismo y de pasión por la aventura. Hay gente que sale al campo a buscar mariposas, níscalos, y otra más urbana que sale a internet a cazar directores malditos, películas de culto. Una búsqueda que si se hace con honestidad, pasión y convicción, vamos que no es coleccionar por coleccionar, figurar por figurar, trae aparejada muchas satisfacciones. La principal de todas, la sensación de que estás haciendo un acto de justicia, de desagravio, que estás poniendo una película, un director, en el sitio que merece, en el que sus contemporáneos no le pusieron. Hay creadores visionarios que se adelantan en décadas al resto, y la labor de los cinéflos comprometidos es encontrarles y difundirles. Una de mis pequeñas grandes frustraciones como cinéfilo era no haber podido descubrir a ningún director americano clásico desconocido, Wellman, Hathaway, estaban infravalorados, pero desconocidos, lo que se dice desconocidos, no eran. Supongo que era una infantil forma de tratar de desmontar a la supuestamente inefable política de autores gabacha. Si encontraba un autor de talla, comercial o de serie b, lo más socorrido, suponía un fallo en el sistema, un punto débil sobre el que poder derribar todo el edificio. Si hay muchos autores desconocidos, no hay autores, solo películas. En el cine menos convencional esa conclusión era una evidencia, son cientos los cantos de cisne, las películas únicas, los directores sin trayectoria ni porvenir. Pretender que la liebre salte siempre, se llama matemáticas, no cine. Solo cuando un director encadena 5 películas notables, el número de la libertad y del despertar espiritual, hay que empezar a tenerle en cuenta, no solo es potra, azar. Pues bien amigos, una frustración menos que me llevo a la tumba, por fin he encontrado mi director maldito clásico gracias a Lucille Ball, que aparece en varias de sus películas haciendo de Lucille Ball, con su propio nombre. Como ya he repetido hasta la extenuación, el cine es elipsis y contrapunto, y si EDWARD BUZZELL es el mago de la elipsis del cine clásico americano, pues estamos hablando de uno de los grandes, porque encima utiliza ese sublime procedimiento en géneros considerados menores como la comedia romántica y la comedia musical (y no hablo precisamente de sus películas con los Hermanos Marx). Que sea prácticamente desconocido, jóvenes turcos sois unos inútiles, tiene su mérito, porque no hablamos de un director de películas serie B, sino de un director de grandes Estudios. Sirva esta pequeña introducción para despertaros el gusanillo, otro día entro en harina, en sus películas. Si Edward Buzzell es un vulgar artesano, mis pupilas son percebes.





(Continuará...)





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