19 abril 2024

PAULINE KAEL ANTOLEJÍA: “MUJERES AL BORDE DE UN ATAQUE DE NERVIOS” (1988) Pedro Almodóvar

 



    Puede que Pedro Almodóvar sea el único director de primera fila que se propone hacerse cosquillas a sí mismo y al público. No viola sus principios para hacerlo; sus principios empiezan con la libertad y el placer. Nacido en 1951, este español pardillo se fue a Madrid a los diecisiete años, consiguió un trabajo de empleado en la Compañía Telefónica Nacional en 1970 y, durante los más de diez años que trabajó allí, escribió historietas, artículos y relatos para periódicos "underground", actuó en grupos de teatro, compuso bandas sonoras, grabó con un grupo de rock, actuó como cantante y rodó películas en Super 8 mm. y 16 mm. Absorbió el slapstick vanguardista de finales de los sesenta y los setenta, junto con el pop frívolo y romántico de Hollywood, y todo ello se fusionó con el legado de Buñuel y con su propia aceptación intuitiva de los impulsos locos. El Generalísimo Franco mantuvo la tapadera durante treinta y seis años; murió en 1975, y Pedro Almodóvar es parte de lo que saltó fuera de la caja. El guionista y director pop más original de los ochenta, Godard con rostro humano, con rostro feliz.

     Su nueva Mujeres al borde de un ataque de nervios, su séptimo largometraje (desde 1980), es una de las más alegres comedias de guerra de sexos. Pepa (Carmen Maura), una actriz que trabaja en televisión y anuncios, y hace doblaje, enciende su contestador y se entera de que la han dejado plantada. Despechada por la forma en que su amante de toda la vida, Iván (Fernando Guillén), ha evitado el contacto directo con ella, puede mentir al contestador sin temor a ser cuestionado, corre de un lado a otro, sobre tacones de aguja, con una falda corta y ajustada, intentando enfrentarse a él. Enfadada e impaciente, e imaginando que no quiere estar en su apartamento sin él, al instante lo pone en venta.

    Pepa está tan preocupada por Iván que, a pesar de que su amiga Candela (María Barranco) no deja de llamarla y perseguirla pidiéndole ayuda, Pepa, al no oír nada, le contesta que no tiene tiempo. Lo que Candela trata de decirle es que su propio amante ha resultado ser un terrorista chií que utilizaba su casa como base de operaciones, y cree que la policía va tras ella. Sin registrar las palabras de Candela, Pepa la acoge. Mientras tanto, el guapísimo Carlos (Antonio Banderas), que resulta ser el hijo de Iván, viene a ver el piso y trae a su prometida, Marisa (Rossy De Palma, que se parece asombrosamente a la doble cara del retrato de Dora Maar de Picasso, 1937). La anterior amante de Iván, Lucía (Julieta Serrano), es la madre de Carlos, llega en busca de Iván; ella estuvo al límite durante veinte años y acaba de recuperar la cordura. Y cuando Pepa, en nombre de Candela, consulta a una abogada feminista (Kiti Manver), la mujer resulta ser la nueva amante de Iván y la próxima candidata a sufrir una crisis nerviosa. Todas estas mujeres son elegantes y están maquilladas como si estuvieran pintadas con acrílicos.

     Lo artificial es lo que pone a Almodóvar por las nubes. La película no tiene nada que ver con lo que se considera natural o realismo. Comienza con unos títulos que se contraponen a las pantallas divididas que parodian las brillantes y nítidas aperturas de las películas del cine americano de los años cincuenta. (Todo ese empeño en ser un nuevo e impactante Mondrian). Mujeres al borde de un ataque de nervios parece hecha por un científico loco que juega con los colores químicos del arco iris, como John Lithgow en su laboratorio de Buckaroo Banzai. Cuando eras niño, te preguntabas si tus lápices de colores te matarían si te los comieras. Estos colores tóxicos son toxinas por el placer de serlo; Almodóvar hace que lo artificial sea sexy.

     La metáfora dominante de la película está ahí, al principio, en esos diseños de bordes afilados: Almodóvar busca el brillo fosforescente de los cosméticos de las revistas femeninas. (Es el color caramelo de ensueño. No sólo lo ves; lo consumes, lujuriosamente.) Pepa y las demás con sus faldas cortas cortas se han creado a sí mismas a imagen y semejanza de las mujeres atractivas y deseables. Funcionan en el mundo; lo hacen bien. Pero cuando se trata de hombres, esa imagen descarada parece ser todo lo que las mantiene unidas. La encantadora y chiflada Candela siempre oscila entre el pánico y el ardor; habla de estar atrapada por los chiíes, y sus pendientes, pequeñas cafeteras de plata, cuelgan seductores. Excepto Lucía (que sospecha la verdad sobre sí misma), todas saben que están estupendas; que no es poca cosa. (Lucía no puede mantener la moral alta; su maquillaje se desliza y se difumina).

     La película relaciona a la Pepa de Carmen Maura con las diosas de Hollywood que tocaban la trompeta para anunciar que entraban en la casa de la pasión. Su despliegue emocional era morbosamente fascinante; Almodóvar y Maura parten de eso y van más allá. Pepa está estupenda a pesar de las lágrimas y de que muestra cierto desgaste. Está en su naturaleza embestir contra las cosas a golpes, de frente, y salir magullada. No le importa; disfruta exhibiendo los estragos del amor. También está en su naturaleza desahogarse; distrae a la policía, que viene a buscar a Candela, contándoles un relato tormentoso de experiencias íntimas. Almodóvar se regodea en su sobredramatización, pero nunca se detiene un instante de más; es rápido y boyante. Se da por supuesto. Pepa es a la vez abiertamente alocada, coqueta y revoloteante, y profundamente cuerda y práctica. Después de recibir la bronca del contestador automático, está tan colocada de pastillas y miserable que accidentalmente prende fuego a su cama. Se queda mirándola unos pocos segundos, luego arroja su cigarrillo a las llamas y las apaga con la manguera de la terraza.

     Mujeres al borde de un ataque de nervios está serenamente desequilibrada, como una obra alucinógena de Feydeau. Lucia, loca de nuevo, vestida de rosa pálido, se dirige al aeropuerto a lomos de una moto, con la peluca alzándose
al viento. Está decidida a alcanzar a Iván, que está a punto de embarcar en un avión. Dentro de la terminal, su cabeza, que se ve deslizarse por encima de una pasarela móvil, es la cabeza de una criatura mitológica, el destino con peluca. Cuando la gente del aeropuerto oye un disparo e intentan protegerse tirándose al suelo, permanecen agachados hasta que Iván se acerca a Pepa, que ha corrido hacia Lucía. Entonces todos se levantan a la vez, como los bailarines-espectadores de un musical versión película de gángsters. El Madrid de la película es una utopía pop; también es, como dice la canción final, "Puro Teatro".

     Almodóvar rinde homenaje a las mujeres porque son el centro de la gama teatral. Carmen Maura es su estrella, su musa, su comediante porque es todo histrionismo; no hace un movimiento que no sea estilizado. Sin embargo, es ágil. Y no le llevará a su Pepa veinte años para ver a través de Ivan. Canoso, vanidoso y elegante, es el MacGuffin de la película, un caparazón de hombre, y tal vez un arquetipo de pícaro español. Doblador de profesión, es una voz que vierte inanidades. Le gusta halagar a casi todas las mujeres que ve; se felicita por su aplomo, por su poder de seducción. Cuando tiene algo que decir que pueda provocar una respuesta emocional, prefiere hablarle a una máquina. Es un tipo astuto: mientras esquiva a Pepa, deja mensajes acusándola de evitarle. (Le dice que recoja su ropa y deje la maleta con el conserje). Iván acierta comunicándose por máquina: con su voz incorpórea, da la ilusión de fuerza masculina. En persona, no es más que una bonita ilusión, como su hijo, Carlos, y los policías y los hombres de la compañía telefónica que invaden el apartamento de Pepa.

     El guión comenzó con La voz humana, de Cocteau, el famoso monólogo telefónico en el que una mujer trata de recuperar al amante que la abandona. Almodóvar ya había dado un giro a la obra en su última película, La ley del deseo, de 1987; esta vez, el monólogo se convirtió en una venganza cómica contra su antiguo empleador, la compañía telefónica. Pepa coge su teléfono y lo tira por la ventana, y lanza a su hijo, el contestador automático. De ese modo paga los largos ratos esperando que los hombres la llamen y las mentiras escuchadas.

    Esta alta comedia es la más segura visualmente de las cinco películas de Almodóvar que se han estrenado aquí. La ley del deseo y Matador, de 1986, eran más sensuales y eróticas; ésta es más efervescente y sexy. Antes, se le veía confiar en sus intuiciones y dar saltos; ahora no ves que tome riesgos, simplemente vuela por los aires. La película es toda coincidencias, y cada nueva se suma al brío loco general. Lo que parecen ser chistes incidentales resultan ser partes esenciales de una gran broma. Esta es una película en la que después de un tiempo no puedes distinguir lo sexy de lo divertido.







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