12 abril 2024

PAULINE KAEL ANTOLEJÍA: "JUEGOS PROHIBIDOS" (1952) René Clément

 



    Quizá sea la mejor película bélica desde La Gran Ilusión, ninguna de las dos, cabe señalar, trata de la guerra real. El director, René Clément, bien conocido por películas como La batalla de los raíles, Les Maudits, Monsieur Ripois, Gervaise, aunque ninguna de ellas alcanza la talla de Juegos prohibidos. Tampoco se acercan a Juegos prohibidos en humor o estilo; la fría ironía, que es una de sus características más fuertes, aquí se transforma en amor y ternura, se vuelve lacerante. Juegos prohibidos es tan sentida que el método de presentación de Clément, una serie de duros contrastes entre lo intuitivo, casi lírica comprensión de los dos niños y la lúdica, bestial comedia humana de los adultos, es un acto de bondad hacia la audiencia: sin los contrastes nos desharíamos en lágrimas.

     Si usted es uno de esos americanos que piensan que el gusto americano no está a la altura del europeo, cabe señalar que en París, esta película fue un desastre comercial hasta que fue galardonada con el Gran Premio de Venecia. Cualquiera que sea su juicio sobre la obra como arte cinematográfico (aunque es una obra maestra, tiene muchas imperfecciones), Juegos prohibidos es una de esas pequeñas experiencias cinematográficas que no te dejan igual. (Si "cree haberla visto, pero no está seguro", no la ha visto).

     Juegos prohibidos comienza en 1940 en una autopista abarrotada a las afueras de París; de repente, los aviones alemanes se abalanzan y ametrallan a los refugiados. Una niña de cinco años delicadamente bella (Brigitte Fossey) se levanta y se aleja de los cadáveres de sus padres, abrazando a su cachorro muerto. Un niño granjero (Georges Poujouly, de once años) la encuentra y la lleva a su casa, a su tosca y atrasada familia de campesinos. Los dos niños se convierten en compañeros de juegos: su juego, su pasión, recoger animales muertos para su cementerio privado y, para ello, roban cruces de iglesias y cementerios.

     La película es una fábula tragicómica sobre los temas del amor, la inocencia, el cristianismo, la guerra, y la muerte. Sus métodos son más sugestivos que explícitos. Por ejemplo, no hay una voz explicativa que nos diga que Paulette desplaza la emoción por sus padres muertos al perro muerto, y luego a los otros animales e insectos muertos, sentimos el desplazamiento. Sólo si queremos, podemos interpretar el descubrimiento y el apego de Paulette a los símbolos de la muerte como una parodia de la fijación de la Iglesia por la muerte; en esta interpretación, el juego de Paulette y Michel es secreto y prohibido porque el juego del cementerio se ha convertido en el monopolio de la Iglesia. Paralelamente, la actitud confusa e impotente de los campesinos ante la muerte, se revela en el punto cómico culminante de la película: el intento de una madre de purgar a su hijo moribundo.

     Estas actitudes opuestas ante la muerte surgen de contrastados tipos de inocencia, cada uno ilumina al otro. La pureza de Paulette contrasta con su coquetería hacia Michel, con su inflexible dedicación al juego. Es una inocente niña del bosque, sólo que el bosque es un cementerio. Ella y Michel son amables entre sí, y aunque indefensos cuando son atacados por adultos, son impermeables y sabios: saben que los adultos son enemigos a los que hay que manipular o temer. Los campesinos tienen su propia inocencia horripilante: no son los personajes cálidos y terrenales de Marcel Pagnol; aunque bienintencionados, son pendencieros, animalescos, estúpidos, supersticiosos, ignorantes. Se toman los rituales y símbolos cristianos al pie de la letra; no tienen el suficiente alcance mental o sentimiento religioso para entender otros usos emocionales de estos símbolos. Michel es traicionado por su padre no por maldad, sino por ese verdadero abismo en el que los padres no creen que las promesas que hacen a sus hijos cuenten.

     Nadie señala, ni siquiera en un irónico aparte, lo que es en realidad un aparte irónico en toda su concepción: que los adultos, tan conmocionados por el robo de las cruces funerarias, no están en absoluto conmocionados, o incluso muy preocupados, por el juego de la guerra y la muerte que tiene lugar a pocos kilómetros de distancia.

     La película juega sutilmente con nuestra imaginación, un juego de perdidos y encontrados. Paulette, la huérfana parisina, está tan perdida con la familia campesina a pocos kilómetros de París como lo estaría en una tribu del África más profunda; los campesinos, con sus símbolos cristianos, le resultan tan extraños como los brujos que lanzan huesos de ju-ju. Para los campesinos es un juguete encantador, pero irrelevante en sus vidas. Con Michel, Paulette está feliz y a salvo, emocionalmente se ha encontrado. ¿Cuándo está más en contacto con con la "realidad": cuando está con Michel o cuando la han separado de él, cuando las "autoridades" de la Cruz Roja la han marcado (e identificado incorrectamente)? Juegos prohibidos termina en pura tragedia, en una de las secuencias finales más desesperadamente dolorosas. El final es una apertura al caos: nuestras normales complacencias, nuestras pequeñas tranquilidades, son despojadas, y nosotros, con el niño, estamos perdidos.


[1961]




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