18 abril 2024

PAULINE KAEL ANTOLEJÍA: "EL MOMENTO DE LA VERDAD" (1965) Francesco Rosi



 

     Vi El momento de la verdad en la noche de inauguración del Festival de Cine de Montreal, donde la audiencia reaccionó con asombro y admiración ante la sangrienta brillantez de la obra. Era un público que conocía a Francesco Rosi, autor y director italiano de izquierdas, por películas anteriores como Salvatore Giuliano y Las manos sobre la ciudad; algunos de ellos probablemente sabían que el título provisional de esta película era simplemente España. En cualquier caso sus intenciones fueron abrumadoramente logradas, y el salvajismo de su visión de la cultura taurina era tan fuerte que varias veces me agarré al brazo de mi acompañante, un director de cine, para apoyarme, y él, que había sido médico antes de convertirse en director y había asistido a las operaciones más sangrientas, se levantó de su asiento cuando los toros atacaron a los caballos, que sufrían indefensos (las primeras víctimas de la plaza de toros, sacrificadas antes de que el matador empiece a trabajar).

     Rosi toma la historia convencional de Sangre y Arena y, despojándola de
romanticismo, sentimentalismo y melodrama, la convierte en la clásica historia orgánica de la sociedad española. En las versiones hollywoodienses siempre ha sido la historia del ascenso y caída de un héroe; para Rosi, la historia individual forma parte del gran tema neorrealista de la migración de la pobreza rural a la pobreza urbana, la dislocación y la corrupción, una desesperanzada plaga que nunca desaparece. La España de esta película es la España de ese gran documental anterior de Buñuel, Tierra sin pan.

     El chico abandona la granja andaluza para no tener que vivir una vida de animal como su padre, pero la ciudad no es mejor. El atractivo de las corridas de toros es el dinero que se gana con ello: "Por un millón esperaría al toro con los brazos abiertos". Sólo hablan de "arte sagrado" los toreros-jondos; un "arte" con premio para un ambicioso chico negro americano sin más capital que su cuerpo y sus nervios, y para el que lo "sagrado" es el riesgo de muerte. La bravuconada del "coraje" es tu oficio, tú mismo lo que vendes. Lo que guardas para ti el miedo.

     Rosi y su gran director de fotografía Gianni di Venanzo utilizaron técnicas documentales, siguiendo al joven torero Miguelín de ciudad en ciudad, rodando en silencio con cámaras en mano, en color. La aproximación es una especie de periodismo dramático: aparentemente objetivo e impersonal, la película trata los hechos como ficción y la ficción como hechos, combinándolos en un concepto de verdad. El metraje tiene la soltura y la libertad de la realidad no escenificada, la inmediatez y la velocidad de los momentos decisivos, imágenes que perduran en la memoria más allá de su duración en la pantalla.

     Cerca del final hay un momento especial del chico solo en la pantalla con la gran cabeza de un toro. Es como un tiempo entre guerras, y por la mente corren conceptos que expresen las emociones evocadas: despilfarro, perdición, empatía, ¿epifanía? Sugieren pero no abarcan. En ese instante, y en la lucha por comprenderlo, y en la incertidumbre sobre por qué parece significar tanto, hay más sensación de estar suspendido en el tiempo que en todos los trucos malabares de El año pasado en Marienbad. La belleza de El momento de la verdad no está en las corridas de toros (Goya no amaba la guerra porque hiciera grandes grabados de ella) sino en la belleza de la rabia, magistralmente plasmada en arte.

     En Montreal la película no tenía subtítulos en inglés, así que cuando Life me pidió que la reseñara, fui a verla de nuevo en un cine de Nueva York. Había leído a algunos de los críticos neoyorquinos y había observado que varios la recomendaban como una película que celebraba "el deporte" de las corridas de toros. Aunque en el pasado he observado que el público parece incorporar con frecuencia lo que han leído sobre una película en lo que ven, a veces hasta el punto de aceptar las interpretaciones de los críticos, basadas en errores evidentes, como parte de su experiencia cinematográfica, no estaba preparada para este público neoyorquino que, por lo visto, había venido a ver una corrida de toros.

     Antes de que empezara la película, se hablaba de que El Cordobés podría haber estado "dentro", yo también había leído el artículo de Life sobre él unas semanas antes, y después varias voces: "Dicen que este torero de la foto es el tercero en el escalafón". Yo sabía quiénes eran los críticos que lo habían sacado de un folleto publicitario. ¿De dónde si no iban a saber el apócrifo escalafón de Miguelín?

     Una comedia negra corría contrapuntísticamente en la tragedia de Rosi. "¡Me encantaría ver eso!", dijo la mujer que estaba a mi lado, mientras la película se abría sobre un ornamentado retablo dorado en lo alto, con los pies desgarrados debajo. Esta mujer no fue la única que aplaudió cuando Miguelín mató a su primer toro. Pero cuando una bestia derramó sangre, dijo: "Esto es innecesario", en tono de desaprobación. Ella, ¿y quién sabe cuántas más como ella?, había venido por los los ritos puros del toreo, el mito y la liberación espiritual. Rechazaron la sangre por ser de "mal gusto", como si la película se volviera de repente comercial y sensacionalista, mostrando poca deportividad. La querían con bellos toros bravos, no esas pobres bestias enloquecidas con tan malos modales que sangran y se esclavizan en el dolor y se aferran a la vida. Y el distribuidor, para proteger tan delicadas sensibilidades, había cortado la imagen, había limpiado la sangre. Había eliminado un momento de otro tipo de verdad, el horror que chorreaba y goteaba y que hacía de las corridas de toros, en opinión de Rosi, una inequívoca atracción de matadero para una civilización mortuoria.

     Y así, para quienes pueden limitar lo que ven a la destreza y la gracia de un
torero, el ataque de un artista al negocio de la sangre y la muerte se convierte en
otra película sobre la poesía de la sangre y la muerte. La publicidad dice: "La pasión, el peligro y los amores de un matador..." y, por supuesto, todo está ambientado en la colorida España de los folletos turísticos. Aquellos que puedan ver El momento de la verdad así y responder a ella de esa manera pueden leer Una propuesta modesta de Swift como gourmets.







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