18 abril 2024

PAULINE KAEL ANTOLEJÍA: “EL HALCÓN MALTÉS” (1941) John Huston

 



     El papel más apasionante de Humphrey Bogart fue el de Sam Spade, esa ambigua mezcla de avaricia y honor, sexualidad y miedo, que dio una nueva dimensión al género policíaco. Esta primera película del guionista y director John Huston le hizo famoso, y muchos de nosotros pensamos que sigue siendo la mejor. Es un equivalente visual casi perfecto del thriller de Dashiell Hammett: Huston utilizó el diseño de la trama y el diálogo esencial de Hammett en una dirección dura y precisa, que saca a relucir unos personajes tan despiadados y codiciosos que resultan cómicos. Es, y esto es raro en las películas americanas, una obra de entretenimiento que está tan hábilmente construida que, después de muchos años y muchos visionados, tiene la misma explosividad quebradiza, e incluso algo de la misma sorpresa, que tenía en 1941. Bogart está respaldado por un reparto impecablemente "correcto": Sydney Greenstreet como Casper Gutman, Mary Astor como Brigid O'Shaughnessy, Peter Lorre como Joel Cairo, Gladys George como Iva, Elisha Cook, Jr. como Wilmer el el pistolero, Jerome Cowan como Miles Archer, Lee Patrick como Effie, y Ward Bond y Barton MacLane como los policías.

    La Warner Brothers no se arriesgaba demasiado con Huston, ya habían sacado provecho de El halcón maltés, que habían rodado en 1931 y de nuevo en 1936 (como Satan Met a Lady con Bette Davis en el papel de Brigid). Huston era lo bastante buen guionista como para ver que Hammett ya había escrito el guión, y tuvo el ingenio de no suavizar el personaje de Sam Spade. Bogart lo interpretó tal y como lo había escrito Hammett, y Hammett no era sentimental con los detectives: eran policías que que iban por libre, es decir, que habían espabilado y se habían vuelto más abiertamente mercenarios y corruptos. En El halcón maltés Spade es un solitario que se sirve de gente sencilla y agradable, un hombre que se pone a prueba constantemente, que no quiere que le toquen, que disfruta golpeando a Joel Cairo y humillando a Wilmer, un hombre obsesivamente antihomosexual.

     Un defecto menor: la espantosa música de Warners, que sube y baja para llamar nuestra atención sobre el gran discurso "No lo haré porque todo lo que hay en mí quiere hacerlo" al final, casi mata la escena. Y un lamento: que Huston no retuviera (o no pudiera) retener la escena final de Hammett, cuando Effie se da cuenta de lo bastardo que Spade es. Pero quizá la ausencia de esa escena final sea parte de lo que hizo de la película un éxito: Huston, al rodar el material desde el punto de vista de Spade, hace posible que el público disfrute de las victorias mezquinas y sádicas de Spade, y su sensación de triunfo al demostrar que es más duro que nadie. Spade se dejó como una figura romántica, aunque está a pocos pasos del psicópata "Nadie le ha hecho nunca nada a Fred C. Dobbs" de El tesoro de Sierra Madre, que fue un fracaso de taquilla, tal vez porque el público se vio obligado a ver lo que había dentro de su héroe.





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