Esta película menor, pero muy buena, fue muy maltratada por la prensa americana. El New York Times comenzó el ataque con: "Mucho ruido y pocas nueces sobre algo que cualquier pareja inteligente de hoy en día solventaría con un buen consejero matrimonial o quizá con un psiquiatra". La intransigente noción yanqui de que un buen psiquiatra puede curar cualquier cosa; si este concepto terapéutico de la vida y la crítica se aplicara ampliamente, Hamlet y Macbeth y Edipo y todos los demás grandes personajes del drama tampoco necesitarían más que un pequeño enderezamiento.
El Bello Antonio no es un gran personaje, pero sí una figura
desolada, y finalmente dolorosa, el joven que ha aceptado los mitos
de su madre, de su padre, y de la Iglesia y no puede reconciliarlos.
Cree en la pureza, pero también actúa con la creencia de su padre
de que la destreza sexual es la medida del hombre. Antonio (Marcello
Mastroianni, en una interpretación delicada y contenida, quizá la
mejor de su carrera) es un Don Juan siciliano cuya vida se ve
destruida por el conflicto entre el amor sagrado y el profano. Un
gran donjuán con las mujeres a las que no respeta ni le importan,
mujeres perdidas o de clase social baja, e impotente con la chica
pura y de alta cuna a la que ama y con la que se quiere casar. Mauro
Bolognini dirigió este amable estudio pero satírico de la virilidad
y la posición social en una cultura católica, con Pierre Brasseur
como el padre que se pavonea como un gallo, Rina Morelli como la
madre, Claudia Cardinale como la novia pura, y Tomas Milian como el
primo.
En la adaptación de Pier Paolo Pasolini de la novela de Vitaliano
Brancati, el hombre que es incapaz de hacer el amor cuando está
enamorado representa toda la decadencia social y religiosa. De
Antonio se espera que profese una creencia en la pureza sin creer en
ella, pero Antonio realmente cree en la pureza y en el amor. Es una
víctima del sistema.
Las reacciones de los críticos
americanos, casi todos hombres, a esta película
puede decirnos
algo sobre el concepto americano de la virilidad. A los críticos el
problema del héroe les pareció ridículo o "gracioso";
algunos se quejaron de que el problema era demasiado especial para
ser de interés general, como si los americanos fueran tan viriles
que no pudieran interesarse por un personaje impotente. A veces,
cuando llegas a conocer a estos hombres, te preguntas a quién creen
que que están engañando. (Un amigo que trabajaba para una editorial
de venta por correo que sacaba uno de esos manuales sobre cómo curar
la impotencia me dijo que su empresa recibió miles de pedidos, y
cada hombre que escribía decía que era para un primo o un amigo.
Nadie lo pidió para alguien tan cercano como un hermano). Los
problemas de la virilidad no se localizan en Sicilia, ni los
problemas del amor sagrado y profano tampoco. Los alardes sexuales de
vendedores, comerciantes y ejecutivos junior traicionan una vida
dividida: rara vez hablan de lo que hacen con sus mujeres. Uno deduce
que no vale la pena presumir de ello. "Mi mujer es una señora",
suelen decir. Y a veces añaden: "Eso es el problema con ella".
Pero no hace falta mucha imaginación para darse cuenta de que
la inhibición es igualmente suya.
Lo que hace especialmente empática, e incluso trágica, El bello Antonio, es que el orgulloso y apuesto héroe no es ni por un instante cómico, como tan a menudo se trata, desde fuera, aquí es tratado desde el interior. La impotencia puede parecer graciosa si eres tan insensible, pero no tiene ninguna gracia vista desde el punto de vista del humillado y despreciado varón impotente. Toda su vida, Antonio anhelará poseer el ideal, y la propia intensidad de su anhelo de amor idealizado lo vencerá. Y tal vez no haya cura.
[1960]
No hay comentarios:
Publicar un comentario