15 abril 2024

BEST FOOT FORWARD (La reina de corazones / Con el pie derecho) (1943) Edward Buzzell

 


     Puestos a forzar paralelismos, si con alguien se puede comparar a Eward Buzzell es con René Clair, ambos transmiten en sus películas idéntica vitalidad, felicidad, liviandad. Empiezas la película con una sonrisa tonta de satisfacción en los labios, el genial primer número de baile, y no la abandonas en todo el metraje. Todos los números musicales son tan sencillos y efectivos como una función de fin de curso de instituto, el grueso de la película transcurre en una habitación, convertida literalmente en una actualización del camarote de los Hermanos Marx, "Una noche en la ópera" (1935), y en un gimnasio, mayor economía de medios es imposible, recuerdo que estaban en guerra, y lo mejor es que no se nota, la fotografía y el diseño de vestuario son maravillosos. Edward en cuanto se retira el león de la Metro, sale como un toro desbocado de chiqueros. No te deja el menor respiro, con un par de planos, de travellings, ya te mete de lleno en la atmósfera de la película. Una comedia romántica musical juvenil (procede de un musical de Broadway con el mismo nombre que triunfó en 1941), ambientada en una escuela militar, en la que el más joven es el propio Buzzell, que se mimetiza por completo con el ambiente. Buzzell es la alegría de rodar, todo en su cámara, en su montaje, parece natural, necesario, espontáneo, como si sucediera en directo. Hasta los números musicales tienen ese componente amateur, de pasión improvisada. Ni tan siquiera Lucille Ball, haciendo de Lucille Ball, riéndose de sí misma, parece que esté actuando, todos son modelos, adolescentes normales y corrientes, haciendo de lo sencillo algo extraordinario. Todos se divierten, disfrutan, y se nota hasta en la manera de andar. Buzzell no necesita a un Gene Kelly haciendo piruetas ni aspavientos para transmitir la felicidad del movimiento, la cámara, los cortes, son su mejor bailarín, sus sencillos travellings de reencuadre, la mejor manera de ahorrarte un plano, su mejor pase de baile.




     Y como buen torero, sabe cuando tiene que parar, y templar, las conversaciones las solventa generalmente con planos únicos, fijos, sin absurdos contraplanos, el pecado mortal de Hollywood. Lo que algunos corticos llamarían puesta en escena teatral, y que no es más que emplear la lógica, la de la distancia de seguridad, de intimidad. Aceptar como natural que para representar un diálogo tengamos que identificarnos alternativamente con los dos interlocutores como si fuéramos una especie de cámara subjetiva doble es completamente absurdo, delirante. No podemos ser a la vez narradores y espectadores, pasar de la primera persona a la tercera a capricho, el punto de vista no es un juguete, hay que respetar al toro, al lenguaje. Como siempre en Buzzell, las secuencias se cabalgan para que no haya el menor agujero narrativo, una fluidez que destruye por completo las marcas, los picos, del guión. Es una braga sin costuras, un condón ultrafino que te deja sentir la piel. A mayores, de la parrte muscal se enacarga la orquesta de blanquitos de Harry James, mi big band de swing favorita, acompañaron a Sinatra, Helen Forrest, al batera Buddy Rich, espectacular el primer solo de trompeta del propio James (es quien se encarga de la trompeta de Kirk Douglas en “Young Man with a Horn” (1950) de Curtiz), ¿qué más se puede pedir? 






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