11 enero 2024

NADA (2001) Juan Carlos Cremata



     Diez años son toda una vida, en diez años la transformación física es tan brutal que cuesta hasta reconocerte en el espejo. Diez años sin una gran película cubana que llevarte a los ojos (“Fresa y Chocolate” (1993) se queda a medio camino, es menos transgresora de lo que parece), la última fue la genial comedia “Alicia en el pueblo de Maravillas” (1991) de Daniel Díaz Torres (para las siguientes no hubo que esperar tanto, el testamento cubano desde el exilio “Inside Downtown” (2011) de Nicolás Guillén Landrián, “Opus” (2005) de José Ángel Toirac, y “Patria” (2007) de Susana Barriga, todas críticas, crípticas, a su manera). Diez años en los que Thais Valdés, la protagonista de ambas, haciendo el mismo personaje, parece otra persona, bastante menos inquietante, fascinante, físicamente, la belleza es tan efímera como el talento, el pelo pollo final de escapada no ayuda. Diez años en los que la dictadura cubana fue ensimismándose más, enclaustrándose más, hasta asfixiar por completo a los cubanos. Aunque eso es pecar de optimistas, todavía tenían margen de caída, como se puede comprobar en la actualidad, en la que Cuba es un muerto viviente, o muerto a secas. Diez años desde la polémica que suscitó la película de Daniel Díaz Torres, que supuso el fin del aperturismo del cine cubano (la película es una directa derivada, una secuela ensimismada que deja bien a las claras los nuevos límites en los que era posible moverse, solo en el terreno de la libertad formal. La maniquea carta final, el inverosímil final, no es más que una concesión al sistema, al Régimen, la forma que tiene Cremata de evitar una nueva polémica, una nueva limpia). Diez años de cine convencional, mediocre. Diez años de nada, de blanco y negro, de grises con pequeñas pinceladas de color (el recurso formal de colorear algunos objetos no es un capricho estético, es una metáfora ajustada de la realidad cubana). Si en “Alicia en el pueblo de Maravillas” a pesar de la indolencia, del conformismo, todavía existía cierto espíritu crítico, cierta vitalidad, sarcasmo, rabia, solidaridad, en “Nada” ya solo hay tristeza (el humor es más chaplinesco, más ibáñeziano, más chytloviano, jeunetiano, godardiano, nichettiano, aleaiano), amargura, frustración, soledad, y rebeldía en segundo plano (la crítica a la dictadura es mucho más sutil, aparentemente inocente (por ejemplo la camiseta del Ché al revés, que tenga el libro “El mono desnudo” en su estantería, que ponga mala cara al beisbol, el deporte nacional cubano, la parodia del marxismo en el documental sobre animales, etc.), los más corticos verán en la película una especie de “Amélie” a la cubana, casualmente del mismo año), en primero ya no era posible en 2001. Hasta el punto de que para sobrevivir los cubanos se tienen que inventar una vida, emociones, para al menos fingir que están vivos. La imaginación, la escritura, la creación, como último recurso, como única forma de tratar de salvar el presente. La encrucijada de la protagonista era, es, la encrucijada de todos los cubanos, o vivir en una Cuba sin presente ni futuro, o emigrar fuera, con pocas posibilidades de presente, pero al menos con alguna esperanza de futuro. El famoso lema cubano de Patria o Muerte, convertido después de décadas de dictadura cubana en Patria = Muerte. En definitiva, una comedia política disfrazada de romántica, eso sí, de un romanticismo apasionado y a la vez triste, nostálgico, desesperado, como el de Kieslowski, otra víctima del comunismo, el comunismo es incompatible con la alegría, con la libertad, con el dejarse llevar, errar.




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