02 enero 2024

EL HABILITADO (1971) Jorge Cedrón

 


    La gran joya oculta del cine argentino, su obra maestra con mayúsculas, su película más cruel, la más abiertamente anti-española, o no, anti-cultura-española, o no, razón de más para disfrutarla el doble como españoles, como gallegos. Cedrón, alias “Tigre”, incluso se permite el lujo de descojonarse, varias veces, o no, del pasodoble “Gallito” (también de “Yo quiero ser torero”), el himno oficioso de España, y de cometer la herejía, la blasfemia, o no, de burlarse de lo más sagrado que tienen los gallegos exiliados, su Santo Grial, la gaita. Aclaro los o no, como todo el mundo sabe, un gallego nunca se sabe si sube o baja, y Cedrón es un apellido de origen gallego, asturiano, además que la película es autobiográfica, el director trabajó en un almacén llamado “Los Gallegos”. Esto en cuanto a los españoles, que en Argentina solo ocupaban dos rangos muy extremos, o patrón o currito, el resto es igual de transgresor, de salvaje. La película supura odio de clase, amargura, frustración a raudales, el protagonista, sobrino del director, es el personaje más chuleta, sociópata, hijoputa, visto jamás en una película, y su antagonista, el gallego Manuel, Manué, Manolito, un espectacular Héctor Alterio, la encarnación más patética, neorrealista, del pobre hombre de toda la vida. Ni a Jesucristo le humillaron tanto de camino al monte Calvario. Lo alucinante es que este despliegue de crueldad, de sadismo, se perpetra desde el humor, un humor más negro que el betún de Judea, siguiendo con la parábola bíblica. La tesis de la película se puede resumir en: si te gustó el colegio, te encantará el trabajo en equipo. También se puede leer como una crítica al capitalismo, para que puedan dormir tranquilos los marxistas.




Ya sé que algunos no van a encontrar en mi película esas vastas teorías sobre la realidad que construyen algunos cineastas a la francesa. Tampoco me propongo un cine de tesis, a lo Solanas; para mí, cualquier tipo que exprese su visión del mundo con claridad es revolucionario. Lo demás no me preocupa. Creo que si se toma una historia, una situación cualquiera, y se ahonda en ella sin piedad —eso sí: sin piedad— saldrán a flote todas las contradicciones, todas las cosas negativas de la sociedad en que vivimos. Simplemente narrando, sin grandes palabras ni estruendosas propuestas. En mi película cabe más la estética de un Roberto Arlt, de un Beckett, que los firuletes de algunos adictos a la Nouvelle Vague. Al menos, eso creo. En todo caso, entre el contenido y lo formal no hay diferencia. Por ejemplo, uno de los juegos de la película es que cada personaje imita a los otros cuatro a cada momento. Eso, que parecería ser un juego tipo “teatro dentro del teatro”, no es sino una exigencia de la historia, de la realidad de la historia narrada. Eso da pie al humor y al grotesco que hay en el humor, que en cualquier momento pasa a ser trágico.” Jorge Cedrón


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