Dentro del campo del found-footage, del metraje encontrado, de la apropiación, se han perpetrado las mayores guarradas, chapuzas, gurruños (no confundir con gurullos, la “pasta” andaluza), de la historia del cine. Para estos genios del cine, basta con cortar y pegar imágenes de distinto origen y calidad de forma atropellada con una banda sonora musical de fondo para llamarle película. Y no, el cine es algo más serio, profundo, para que unas imágenes viejas pasen a ser nuevas hace falta una transformación, una manipulación, un ejercicio de montaje (6 años), sobre todo sonoro. Es el sonido el que generalmente obra el milagro de empastar imágenes aparentemente inconexas. Un sonido nuevo, creado ex-profeso para esas viejas imágenes. Un esfuerzo que muy pocos foundfooteros, foundtrileros, hacen, con poner cuatro canciones o el pianito, violonchelo, de marras, van sobrados. Y ni con esto, un sonido nuevo, basta, se necesita a mayores un buen guión, una buena historia, algo que dé un sentido a las imágenes, una trascendencia. Si una película de found-footage no te da la impresión de estar rodada en presente, de ser un todo continuo, fluido, mejor llamarla power-point. “Madre Dao” junto con “All´armi, siam fascisti” (1962) Cecilia Mangini, “Ça ira, il fiume della rivolta” (1964) Tinto Brass, “Canciones para después de una guerra” (1976) Basilio Martín Patino, “Blokada” (2006) de Sergei Loznitsa y “Vogliamo anche le rose” (2007) Alina Marazzi, es de las pocas películas que merece llamarse tal, y como en las otras, va mucho más allá del ejercicio narrativo, de montaje, para convertirse en un trozo de Historia, de mitología neorrealista, que transcurre ante nuestros ojos como si fuera en directo. En este caso imágenes mudas, 260.000 metros, del periodo en que Indonesia era una colonia holandesa, 1912-1933. Una crítica feroz del colonialismo, del racismo, sin panfletos populistas, comunistas, memoria histórica con los pies en la tierra, en el cine.
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