12 abril 2024

PAULINE KAEL ANTOLEJÍA: "MADAME DE..." (1953) Max Ophuls

 


     Madame de, una belleza superficial y narcisista, no tiene más sentimiento por su marido que sus regalos: vende los pendientes de diamantes que él le regaló antes que confesar su extravagancia y sus deudas. Más tarde, cuando se enamora del barón Donati, éste le regala el mismo par de pendientes que se convierten en un símbolo de su vida. Una vez que ha experimentado el amor, ya no puede vivir sin él: sacrifica su orgullo y honor para llevar las joyas, las acaricia como si fueran partes del cuerpo de su amante. Privada de los pendientes y del amante, enferma... hasta la muerte.

     Esta tragedia de amor, que comienza en un coqueteo descuidado y pasa del romance a la pasión y a la desesperación, se desarrolla, irónicamente, en una aristocracia que parece demasiado superficial y sofisticada para tomarse el amor trágicamente. Sin embargo, la pasión que se desarrolla en esta estúpida, vanidosa y ociosa mujer de sociedad no sólo la consume sino que es lo suficientemente fuerte como para destruir tres vidas.   

     La novela y la película no podrían ser más diferentes: el estilo austero, casi matemático, de Louise de Vilmorin, se convierte en la pantalla en el tratamiento exuberante y romántico de Ophuls. En “La Ronda” había usado la estructura argumental de Schnitzler, pero cambió la sustancia de una visión cínica del sexo donde todas las clases sociales se unen y nivelan (la enfermedad venérea se transmite de una pareja a otra en este irónico rondo) por un tratamiento más general de los fracasos del amor. Para Ophuls, “La Ronda” se convirtió en el mundo mismo, un carrusel giratorio de romanticismo, belleza, deseo, pasión, experiencia, arrepentimiento. Aunque usa el pasaje de los pendientes como motivo de la misma manera que Louise de Vilmorin, profundiza y amplía toda la concepción creando un mundo tan cambiante que los pendientes se convierten en el único elemento estable y recurrente, y pasando por muchas manos, significan algo diferente en cada mano, y algo fatalmente diferente para Madame de debido a las diferentes manos por las que han pasado. Puede que no sea accidental que esta película recuerde a Maupassant: entre “La Ronda” y “Madame de...” Ophuls había trabajado (sin éxito) en tres historias de Maupassant que emergieron como “El Placer”.     

     En estas primeras películas también había trabajado con Danielle Darrieux; quizás estaba ayudándola a desarrollar la exquisita sensibilidad que aporta a Madame de, la mejor interpretación de su carrera. La profundización de sus facultades como actriz (una evolución rara entre las actrices de cine, y especialmente entre las que empezaron, como ella, como una pequeña gatita sexual) la hacen parecer incluso más bella ahora que en la memorable “Mayerling”, casi veinte años antes, donde también actuó con Charles Boyer. Las interpretaciones de Danielle Darrieux, Charles Boyer y Vittorio De Sica son impecables, una delicada interpretación conjunta que suele decirse que sólo se consigue tras años de trabajo de repertorio.  

     Sin embargo, al ver la película, el público apenas se da cuenta de las actuaciones. Un novelista puede atraparnos con su flujo de palabras; Ophuls nos atrapa en el flujo inquieto de sus imágenes, y porque no utiliza los cortes abruptos de montaje sino la cámara en movimiento, el ritmo deslizante de sus películas es romántico, seductor y, a veces, casi hipnótico. James Mason una vez se burló de Ophuls con este retruécano: "Una toma que no requiere raíles es una agonía para el pobre Max". El virtuosismo de su técnica de cámara le permite presentar material complejo lleno de capas tan rápido que quedamos encantados y deslumbrados por su audacia y apenas nos damos cuenta de lo mucho que nos está contando. No es un ejercicio vacuo y decorativo cuando Madame de y el Barón bailan en lo que parece ser un movimiento continuo de balancín. ¡Cuánto aprendemos sobre sus lujosas vidas, las formas sociales de su sociedad y el cambio de sus actitudes hacia los demás! Al final, se han visto atrapados en el baile; las trampas del romance se han convertido en la trampa del amor.

     El director se mueve tan rápido que las sugerencias, los sentimientos, deben ser cogidos al vuelo; Ophuls no se entretendrá, ni nos nos dirá nada. Podemos ver a Madame de como una especie de Anna Karenina a la inversa: Anna consigue a su amante, pero encuentra su vida poco profunda y vacía; la vida de Madame de ha sido tan poco profunda y vacía que no puede conseguir a su amante. Finalmente, la destruye el hecho de que las mujeres no tienen el mismo sentido del honor que los hombres, ni el mismo sentido del orgullo. Cuando, por amor al Barón, miente irreflexivamente, ¿cómo podía saber que él tomaría sus mentiras como prueba de que no le amaba de verdad? Lo que él considera deshonroso, para ella carece de importancia. Ella antepone el amor al honor (¿qué mujer no lo hace?) y ni su marido ni su amante pueden perdonarla. No puede deshacer los errores que la han arruinado; la vida pasa deprisa y la cámara se mueve inexorablemente.

     La propia belleza de “Madame de...” se utiliza a menudo en su contra: la sensualidad de la cámara, la extraordinaria atmósfera romántica, los vestidos, los bailes, las escaleras, los candelabros, las lámparas de araña, los diálogos pulidos y epigramáticos, la preocupación por el honor se consideran evidencias de su falta de sustancia. La reputación de Ophuls ha sufrido por la falta de disposición de los críticos a aceptar a un artista por lo que sabe hacer, por lo que ama, y su esfuerzo es castigado por no ser otro tipo diferente de artista. El estilo, un gran estilo personal, es tan raro en cine que se podría esperar que los críticos lo aplaudieran cuando lo ven; pero, en el mundo moderno, el estilo se ha convertido en un objetivo, y como el estilo de Ophuls está vinculado a bellas damas en trajes brillantes con decoración de época, los críticos de mentalidad social lo han acusado de ser trivial y decadente. Lindsay Anderson, no muy sorprendentemente, lo encontró "poco comprometido, despreocupado por las profundidades" (“Todos los días excepto Navidad” de Anderson, es bien comprometida, pero ¿es realmente tan profunda?) y, en su más bien condescendiente crítica de “Madame de...” en Sight en Sound, sugirió que "un clima menos sofisticado quizá podría ayudarle; qué pena que, después de todo, que no venga a hacer una película a Inglaterra". Es un poco como decirle a Boucher, a Watteau o a Fragonard que abandonen su tiza rosa y pinten gente real en situaciones reales de la clase trabajadora.

     La evocación de una elegancia desaparecida, la nostálgica gracia finisecular de Ophuls, era quizás el escenario necesario para los matices del amor, que son su tema. Si sus personajes vivieran con crudeza, si sus niveles de conciencia no fueran tan altos, si sus emociones no fueran tan refinadas, no serían tan vulnerables, ni tan capaces de percibir y expresar sus sentimientos. Al alejar el amor del mundo real, de la fealdad, la incoherencia y la vulgaridad, Ophuls fue capaz de destilar las esencias del amor. Tal vez lanzó esta amorosa mirada retrospectiva a una época idealizada en la que los hombres podían concentrarse en los refinamientos de la experiencia humana porque en su propia época esas delicadas percepciones eran tan remotas como la búsqueda griega de la perfección.

     Nacido Max Oppenheimer en Alemania en 1902 (cambió su nombre debido a la oposición de su familia a su carrera teatral) trabajó como actor y dirigió más de 200 obras de teatro antes de dedicarse al cine en 1930. Su primer éxito cinematográfico, “Liebelei”, llegó en 1932; como era judío, su nombre se eliminó de los créditos. Los años que podrían haber sido su madurez artística fueron, en cambio, una serie de proyectos que no se materializaron o, si se iniciaron, no pudieron completarse. Consiguió hacer algunas películas: en Italia, Francia y Holanda; se convirtió en ciudadano francés; luego, después de la caída de Francia, se fue a Suiza, y de allí a los Estados Unidos, donde, después de humillantes experiencias en películas como “Vendetta”, hizo “Carta de una desconocida”, “Caught” y “The Reckless Moment”. En 1950, en Francia, volvió por fin a su propio tipo de material con “La Ronda”; la huida de Hitler y el caos de la guerra le habían hecho perder dieciocho años. Trabajando febrilmente, con problemas de corazón, le quedaban unos pocos años, murió en 1957. No es de extrañar que el maestro de ceremonias de “La Ronda” diga: "Adoro el pasado"; el pasado en las películas de Ophuls es el período justo anterior a su nacimiento. Hubo poco en su propia vida por lo que pudiera sentir nostalgia. Quizás los señuelos, los remolinos, el trabajo de cámara por el que es famoso, es una expresión de la evanescencia de toda belleza, que debe ser abatida, seguida. Desaparecerá rápidamente.


[1961]




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