15 marzo 2024

REGUEIRO REVISITADO (8): "CARTA DE AMOR DE UN ASESINO" (1972)

 



     Primera revalorización inesperada, muy inesperada, ya doy por amortizada, justificada, la revisión. El Julio de hace unos años tenía razón, el Julio de hoy también, la diferencia es que el Julio de antes no había empezado todavía su radical, absolutista, camino recto hacia la pureza (muy ligada a la crueldad, en el buen sentido, de crudo), un camino sin vuelta atrás, ni falta que hace. Antes analicé la película desde el punto de vista del contenido, del machismo, y esta vez desde el punto de vista del espíritu, del ensimismamiento. Un enclaustramiento como vía de conocimiento, de depuración interior, que comprendo a la perfección. Todos los protagonistas de la película son solitarios extremos que buscan de forma desesperada, aunque nada externo muestre esa desesperación, el interlocutor privilegiado, soñado, aquel con el que tener una comunicación, confianza, absoluta. Una quimera llamada amor, que en el mejor de los casos se transforma en la búsqueda de Dios, la vía mística, o en el peor, en la búsqueda del demonio, el sexo, el asesinato. La pureza desata los monstruos interiores, los fantasmas, y solo las personas más fuertes, las más sensibles, creativas, pueden trascenderlos sin contaminarse, sin convertirlos en exteriores, sin autodestruirse del todo. La carne se multiplica cuanto más se acerca el espíritu, es la resistencia numantina de la vida a todo lo que la niega, trasciende. Cuando la anormalidad es la normalidad, cuando la pureza es la excepción, el ensimismamiento, la clausura, es la única solución viable, la única que conjuga el todo con la nada, el vacío con la plenitud. Por primera vez los lobos esteparios de Regueiro, de Hesse, dan el paso hacia el misterio, hacia el auto sacramental. Un camino hacia lo sagrado, hacia la superficie de lo real, que Delvaux, “El hombre del cráneo rasurado” (1965), reveló a Regueiro, y que Regueiro llevó a una dimensión más recia, sombría, terrosa (la fotografía de Luis Cuadrado es de otro planeta, algo que se ha perdido por completo con el cine digital), castellana. La película transcurre en un no lugar, en un espacio etéreo, indefinido, donde todo es posible, donde los fantasmas pueden tomar cuerpo, de Cristo.






P.D: Como Bresson, pienso que la música no es necesaria en cine, lo que no quita para que pueda apreciarla cuando se hace bien, y Regueiro es un gran seleccionador de música, aquí la música antigua, Renacentista, la cumbre de la música española, redobla la atmósfera enrarecida, atemporal. Una pasión por la música clásica que es extensible a los Regueiro. Se viene anécdota. De camino a Salamanca en tren, no recuerdo en qué estación, una entrañable anciana se puso a mi lado, y eso que el vagón iba casi vacío. Seguí leyendo como si nada mi libro de Delibes, no recuerdo el título, y de repente me habló. Estuvimos charlando más de una hora, de música, de literatura, de pintura, de la vida en general, de su vida en particular, y cuando ya llegábamos a la estación saltó la sorpresa, sin venir a cuento, o sí no recuerdo, me suelta que su hermano es un gran director de cine español, le pregunto quién, y me suelta a bocajarro el nombre de Regueiro. Le contesto que era mi director de cine español favorito, en ese momento lo era, y me dice que se lo va a decir porque anda desanimado desde que murió su mujer, le digo mi nombre y dice que lo va a recordar porque así se llamaba su difunto esposo. Fin del azaroso encuentro con Blanca (“Las bodas de Blanca”). Siguiendo con las anécdotas, la también burgalesa Rosa María Mateo es clavada a mi madre cuando era pequeño, y la casa de la protagonista es una geografía que he habitado, y no en sueños precisamente.





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