20 agosto 2023

SUBLIMES CON INTERRUPCIÓN

 



     Como bien dijo Robert Bresson, la poesía está en las junturas, en los extremos, y lo sublime en los puntos de inflexión, ese territorio de interinidad, de indefinición, de pausa entre guerras, que nunca se sabe lo que puede durar, generalmente poco. Matrimonio, hijos, carrera profesional, trabajo fijo, responsabilidades, pérdidas, son sombras que acechan, que aplastan, este fecundo periodo de irresponsable libertad, de irracional locura, de anarquista individualidad, de sana inmadurez adolescente. Si ese estado, estadio, es compartido, hay una conjunción de porvenires y/o destinos ya esbozados, pero no concluidos, la eternidad, la sublimación del presente, también llamado misticismo pagano, se puede tocar con la punta del nabo. Semejante intensidad emocional, temporal, creativa, no puede sostenerse en el tiempo, ni en el espacio, y más cuando los tiempos y las ambiciones son dispares, y los espacios lejanos. Todo lo importante en esta vida requiere mucho tiempo, dedicación, devoción, y sobre todo cercanía, miradas, carcajadas. La distancia, tanto temporal como espacial, ancla el pasado, lo atesora o lo desvaloriza. Los recuerdos, la nostalgia, siempre son absolutos, y como tales, injustos. El tiempo pone todo en su sitio, y cuando algo perdura es porque fue real, no solo leyenda, mitificación. La vida consiste en encontrar, perder, reencontrar, y volver a perder gracias a la muerte, interlocutores privilegiados, personas con las que puedes compartir momentos mágicos, trágicos, cultura, creación, tontería. Lo más próximo que existe en la tierra al concepto amor, que nunca he sabido disociar de la palabra amistad, tampoco el amor del odio. Pues bien, no todo el mundo tiene el privilegio de tener un periodo, irrepetible, si no lo fuera no sería sublime, de su vida en el que poder alcanzar cierta plenitud, afinidad, espiritual y terrenal, compartida, y dar las gracias por ello, afirmarlo, reconocerlo, a pesar de las luces y sombras, es lo mínimo que se puede hacer. Después llega la definición, que no tiene porque ser incompatible con la felicidad, con la libertad sí, o la expresión, que no deja de ser una forma de huir de esa temida definición, y otro modo distinto, muy distinto, de compartir, aunque sea en forma de mensajes de humo que nunca sabes si alguna vez llegan a sus destinatarios, y que no dejan poso porque no son fijados en compañía. Conclusión: lo sublime hay que merecerlo, vivirlo en presente perfecto, y perderlo, antes de que se convierta en costumbre, o en un simple recuerdo.






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