06 junio 2021

LES COEURS VERTS (Corazones desnudos) (1966) Édouard Luntz

 



     El cine kinki vivió su edad de oro en la España de los 70-80, quizás porque la España de los 70-80 era muy kinki de por sí. Era un cine que se retroalimentaba de la calle, y que arrasaba en los cines de barrio de sesión doble. En cada barrio de la periferia había un Torete, un Vaquilla, un Pirri, no eran anti-héroes cinematográficos, eran personajes cercanos, creíbles, reales. El género no ha sobrevivido por una razón de peso, porque ninguna de esas películas, ni tan siquiera “Deprisa, deprisa” (1981) de Saura, tenían calidad formal, eran productos de usar y tirar hechos deprisa y corriendo. El origen, al margen de la picaresca del Siglo de Oro, se podría establecer en “Los olvidados” (1950) de Buñuel, pero el quinquerío está muy extendido, en Italia “Accatone” (1961) de Pasolini, en Estados Unidos “Rumble Fish” (1983) de Coppola, y en la modosita Francia “Terraine vague” (1960) de Carné, y “Los corazones verdes” (en España se tradujo como "Corazones desnudos"), la mejor de todas, formalmente hablando, la más bella, sin caer en el esteticismo, la más sobria, la más honesta, todos son actores no profesionales que inventan sus propios diálogos, a medio camino entre el Free Cinema (“A kind of loving” (1962) de John Schlesinger) y la Nouvelle Vague (“Mauvaises fréquentations” (1964) de Eustache, que participa en el montaje). Con el añadido de la canción más conocida de Sergé Gainsbourg, “Je t´aime… moi non plus”, en su versión instrumental, anterior a la cantada por Jane Birkin. Una película punk sin estridencias, el retrato más fiel, neorrealista, de todas las generaciones perdidas, siempre a medio camino entre el nihilismo y el ninismo. 





 “Imaginad a un cineasta cuya poesía recuerde las más bellas páginas de Jean Genet (las de “Nuestra-Señora-de-las-Flores” o “Querelle de Brest”), y la comprensión de los fenómenos sociales próxima a la de un Edgar Morin, transportado por el ensueño y la gracia… Imaginad a un cineasta que rompe con la sempiterna tradición burguesa, que busca ir más allá de sus propias narices, sin caer en el intelectualismo, sin creerse investido de la mirada del moralista o del padre patrón. Este cineasta que sabe acampar, describir y hacer vivir a seres que no son de una pieza, almas inquietas, románticas y amargas, cuerpos que sienten simultáneamente una serie de deseos contradictorios, se llama Edouard Luntz. […] En definitiva, “Corazones desnudos” da al joven cine francés una dimensión que le faltaba: la del reportaje poético, a partir de una realidad tratada hasta aquí por espíritus planos, moralistas. Por primera vez, sabemos lo que significa la huida y la angustia, y que la violencia y la brutalidad pueden nacer de la consternación.” Henri Chapier





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